¡Qué bueno Santana poniéndole música a unas imágenes de El gordo y el flaco!
IAHR Groundwater Symposium is over – geoENV2012 is next!
El IV Simposio Internacional de Hidrogeología se acabó, pero el Grupo de Hidrogeología de la Universidad Politécnica de Valencia no descansa, y como si falleros fuéramos, ya estamos pensando en el próximo congreso: el IX Congreso Internacional de Geoestadística aplicada al Medio Ambiente, geoENV2012
IAHR International Groundwater Symposium – UPV, Valencia 2010
Mañana 21 de septiembre precalentamos motores para el IV Simposio internacional de hidrogeología con el taller sobre «Análisis global de incertidumbre» que impartirá Srikanta Mishra.
El miércoles 22, a las 8:30 se inaugurará el simposio con la presencia del vicerrector de planificación e innovación, Francisco Mora y del director ejecutivo de la IAHR Christopher George en el que participan más de 150 delegados de 33 países representando los 5 continentes.
Las sesiones tendrán lugar el miércoles 22 y el jueves 23 desde las 8:45 hasta las 18:30 y el viernes 24 entre las 8:45 y las 12:00.
El jueves y como parte de las actividades sociales del mismo, el Coro de la UPV ofrecerá un concierto en la catedral de Valencia a las 20:00 para interpretar el réquiem de Cherubini en do menor acompañado al órgano por Arturo Barba y bajo la dirección de José Francisco Sánchez Iborra. La entrada será libre para todo el público que quiera disfrutar del mismo.
Todos somos Cárdenas
Nota del autor: Esta es la crónica de un viaje imaginario a las Islas Pitiusas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Cárdenas empieza a impacientarse tras revolver la maleta por segunda vez en busca de la cartera donde guarda el DNI y la tarjeta de crédito. La situación es tan surrealista como muchas de las vividas durante la última semana navegando alrededor de las islas Pitiusas: el coche detenido en la parada del autobús con el maletero abierto, una bolsa con víveres en el suelo junto a una maleta y una caja de cervezas, y allí está Cárdenas con una maleta abierta rebuscando afanosamente entre una ropa que había sido cuidadosamente plegada solo unos minutos antes, en busca del pantalón en el que supuestamente está la cartera. Tras convertir el orden en caos y cerciorarse de que el pantalón no está en la maleta, extrae una bolsa tras otra del maletero para desparramar sus contenidos sin conseguir encontrar el pantalón. Cárdenas recurre a su mujer, que esperaba paciente en el confort refrigerado en el interior del coche, y, a 35 grados centígrados, ayuda a Cárdenas en la búsqueda. Bolsa tras bolsa vuelven a ser escudriñadas hasta que en el fondo de la última bolsa posible aparece el pantalón, pero ninguno de los bolsillos contiene la cartera. La desesperación de Cárdenas aumenta, un sudor frío, que se evapora inmediatamente dadas las altas temperaturas del ambiente, corre por su cuello, su mujer se contagia del desasosiego, un conductor imprudente está a punto de arrollar a un padre e hijo ciclistas en un paso de cebra próximo, otro conductor temerario se incorpora al tráfico y casi arrolla una de las maletas que estaban en el suelo, sin duda alguna los elementos se están aliando en contra de Cárdenas. En el ambiente se masca la tragedia. En ese momento su mujer le pregunta si ha buscado la cartera en la mochila de dentro del coche, Cárdenas se abalanza al interior del habitáculo y a los pocos segundos se escucha: “Tio calent, deixa la xiqueta, tio calent”, señal inequívoca de que la cartera ha aparecido.
Con este (feliz) episodio acababa la semana de navegación en velero que, a bordo del Nuberu Dos, condujo a una embarazada (Cari) y su inquieto marido (Cárdenas Uno), un director de banco (Cárdenas Dos) y su querida mujer (Cori), una adicta al mareo (Curi) y su temerario marido (Cárdenas Tres) y un lobo de mar (el Capitán) desde la Manga del Mar Menor a Formentera, de Formentera a Ibiza y de Ibiza de vuelta a la Manga.
El lunes, entre bromas y veras, embarcábamos en el Nuberu Dos tras estibar víveres y equipaje. Todos estábamos dispuestos a pasar una semana inolvidable, pero ninguno se esperaba los acontecimientos que devendrían.
A las 15:30 horas y tras una primera toma de contacto con el velero en movimiento por el Mar Menor atravesamos el Canal del Estacio objetivo Formentera. El viento soplaba del Noreste a 15 nudos obligando a tomar rumbo Norte y navegar de ceñida haciendo bordos hacia nuestro destino. El malestar en las caras de algunos de los tripulantes apareció pronto, pero no era tan grande como para inducir al vómito. Mientras Cárdenas Uno decía “Esto se mueve mucho, ¿no?”, Cárdenas Tres le contestaba “Tienes que dejarte llevar” y el Capitán insistía “Las primeras cuatro horas debéis de evitar bajar a los camarotes”. Pasadas cuatro horas de navegación escorada, Cárdenas Uno, también apodado “Milhomes” y pensando que ya tenía superado eso de la navegación, decide bajar, en contra de la opinión del Capitán, al camarote a por una chaqueta. Cárdenas Uno no llega a dar un paso tras el último peldaño de la escalera y tiene que regresar a cubierta con la cara blanca de un muerto viviente. “El mareo se puede coger en dos segundos, y tarde en irse horas” apostilla el Capitán. Cárdenas Uno servirá de ejemplo al resto de la tripulación que evitará bajar a camarotes en las horas venideras. Mientras tanto el Capitán se encargará de bajar y rebuscar entre las pertenencias de la tripulación en busca de la chaqueta, o los calcetines, o la gorra, o la crema de protección solar. El Capitán también se ofrece a preparar unos sándwiches calientes de jamón y queso para confortar los estómagos. Pero las horas pasaban, la ingesta de líquidos aumentaba y las vejigas se hinchaban. Todos queríamos rehuir bajar a camarotes para aliviarnos. Los Cárdenas lo tenían más fácil: no apurarse, subirse al espejo de popa, desenfundar y miccionar directamente en la mar, pero ellas no se atrevían a hacer equilibrios en cuclillas y, a la vista de todos, imitar a los hombres. Imposible de aguantar más, Curi tiene que bajar al lavabo. Ya no sería la misma. A su regreso, y tras pelearse con las palancas de la bomba de achique del váter, su rostro ha demudado al blanco pálido de un espíritu de ultratumba. Curi pasaría las siguientes veinte horas vomitando repetidamente por la borda, sin ingesta de comida ni de bebida, y en su mayor parte en posición horizontal sobre la cama de su camarote. Su estado aparente hizo plantearse al Capitán una escala en puerto antes de iniciar el último bordo que nos llevaría de las inmediaciones de El Campello al sur de la isla de Formentera.
La noche se esperaba movida, el viento había caído pero la navegación seguía siendo de ceñida y los pantocazos resonaban en el interior del velero como si éste fuera a partirse en cualquier momento.
Tras las desafortunadas experiencias de Cárdenas Uno y Curi toda la tripulación se resistía a bajar a camarotes, con lo que la mayoría de ella se pertrechó de mantas y almohadas y se dispuso a dormir en cubierta.
El Capitán organizó turnos de vigía durante la travesía nocturna que le permitieran a él echar unas cabezadas, y poco antes de las 14:00 del martes fondeábamos en Formentera en Cala Saona, nuestro primer destino de la semana. El Capitán nos preparó un desayuno a la carta evitando que la tripulación tuviera que bajar a cocina, mientras Curi sólo deseaba desembarcar cuanto antes y sentir tierra firme bajo sus pies. Cárdenas Tres aprovechó para darse el primer chapuzón en las cristalinas aguas de Formentera, revisó la posición del ancla y se fue nadando hacia la orilla a la espera de los demás, que rehusaron ese primer baño ante la perspectiva de poder bañarse desde tierra.
Cala Saona estaba repleta de gente guay con cuerpos bronceados hablando en italiano. ¿En italiano? ¿Estábamos realmente en Formentera o habíamos alcanzado Cerdeña? Cárdenas Uno plantó la sombrilla (de estrene) y desplegó sus toallas ligeras (de estrene) rehuyendo quitarse la camiseta, mucho menos pensando en bañarse. La tripulación no tenía interés ni intención de regresar al velero a comer: querían comer sobre mesa firme. Rápidamente Cárdenas Uno negoció una mesa de seis para siete en el restaurante Sol y allí nos sentamos dispuestos a degustar los placeres de la mesa ofiusina y a ser convenientes “clavados”. La comida fue agradable y gustosa, pero el momento álgido vendría a los postres cuando nos percatamos que detrás nuestro estaban Gil Marín, colgado del móvil y con barba de tres días, Gonzalo Miró luciendo “tableta de chocolate”, y un poco más allá, Cárdenas el auténtico, el Cárdenas que alcanzara el estrellato entrevistando a los individuos más estrambóticos del territorio patrio incluidos Carlos Jesús, Carmen de Mairena, Poz Sí, Paco Porras y tantos otros. A partir de ese momento la travesía tomaría tintes oníricos con momentos desapegados de la realidad que rozarán la locura como cuando el Capitán perplejo no puede entender la increpación de Cárdenas Uno imitando a Carmen de Mairena que le dice a Cárdenas Tres: “Cárdenas, me pica la polla”.
Los camareros se fotografían con Gonzalo Miró, los comensales de la mesa de al lado se fotografían, repetidamente, con Gonzalo Miró, las chicas de Cárdenas (el auténtico) se fotografían con Gonzalo Miró, y Curi no puede aguantar más, se atusa el pelo, se arregla el pareo y allá se va a pedirle a Gonzalo que le permita fotografiarse, para la posteridad, con él, inconsciente de que la etiqueta del pareo sobresale prominentemente por debajo de su barbilla y resalta en demasía en la foto final.
Cárdenas Uno se retuerce en la mesa, él quiere una foto con Cárdenas (el auténtico), pero el auténtico está demasiado ocupado entreteniendo al cortejo de amistades con los que comparte mesa. Cárdenas Uno no quiere repetir su experiencia neoyorquina cuando se encontró a Buenafuente y le espetó: “Hombre, ¿qué tal Buenafuente?” como si se conocieran desde la niñez y Buenafuente rehusó fotografiarse a su lado. No sabe cómo hacerlo para que Cárdenas (el auténtico) acceda a fotografiarse con él. El tiempo pasa, la cuenta (con forma de sable) llega, hay que irse, es ahora o nunca. Cárdenas Uno piensa cómo va a dirigirse a Cárdenas (el auténtico) y qué le va a decir, se levanta decidido, se acerca a la mesa y le pide una foto. Cárdenas (el auténtico) sonríe ufano y accede. Mientras se preparan para la foto, Cárdenas Uno le narra a Cárdenas (el auténtico) que está con su mujer, que está embarazada, que ella también quiere hacerse una foto con él, que qué bueno era el chiste de “… 14 maricones y tú 15”; la verborrea de Cárdenas Uno está desbocada mientras posa para la foto y gesticula a su mujer para que se acerque y se inmortalice junto a Cárdenas (el auténtico) también. Al final, el auténtico Cárdenas se fotografía con Cárdenas Uno, Cárdenas Tres, y las mujeres de ambos.
Esa tarde nos desplazaríamos hasta la isla de Espalmadors al norte de Formentera para fondear en S’Alga y pasar la noche. El Capitán nos prepara unas pizzas y se compromete en cocinarnos una tortilla de patata y cebolla al día siguiente. El velero está protegido de todos los vientos y la noche discurre con una calma que permite a la tripulación dormir placenteramente.
Temprano, a las 8:00 del miércoles, Cárdenas Tres se despierta con intención de sustituir la ducha por un baño en las tranquilas aguas de S’Alga. El sol acaba de elevarse sobre el horizonte, no se observa ninguna actividad en la cincuentena de barcos que están fondeados en la cala, no hay nadie en la playa. Cárdenas Tres decide acercarse hasta la playa nadando. Al llegar a la orilla un centenar de gaviotas remontan el vuelo asustadas por Cárdenas Tres al incorporarse y avanzar caminando hacia la orilla. La playa está desierta, la mar tranquila, el Sol todavía tímido. Es realmente un lugar paradisíaco del que, en esos momentos, sólo disfruta Cárdenas Tres. Éste se pasea por la orilla y pierde la referencia del Nuberu Dos, se alarma hasta que finalmente el verde fosforescente de la toalla ligera de Cárdenas Uno colgando del candelero anuncia la posición del Nuberu. Cárdenas Tres regresa nadando al velero cuando empiezan a aparecer los primeros visitantes de la playa.
Tras un frugal almuerzo, la tripulación se desplaza a tierra, el Capitán insiste en que todos debemos de atravesar el paso Es Trocadors que separa Espalmadors de Formentera donde las olas del Este y del Oeste rompen unas contra otras. El Capitán, consciente de que el poco ejercicio que hace en el barco y el buen yantar que le acompaña está incrementando su cintura, propone una carrera por la orilla de la playa. Cárdenas Tres acepta el reto y allá se van playa arriba y abajo, hasta tres veces, completando algo más de 4 kilómetros en menos de 25 minutos. Cuando acaban de correr el resto de la tripulación espera en Es Trocadors dispuesta a atravesar el paso. Nos cruzamos con decenas de italianos que nos interrogan preocupados por la posibilidad (o no) de poder cruzar el paso de vuelta si el nivel del mar aumenta.
Ya de regreso en la playa nos encontramos con el Capitán que había ido y vuelto al velero y que nos había traído unas bebidas frescas y un bol con fruta cortada. ¡Qué capitán más gentil! Llegado el momento de regresar al velero Cárdenas Tres propone a Cárdenas Uno la vuelta a nado. Cada uno a su estilo y siempre escoltados por la lancha motora que transporta al resto de la tripulación los dos Cárdenas consiguen regresar al barco, pero, ¡oh, desgracia! Cárdenas Uno sube al barco con el rostro pálido y sensación de mareo. Cárdenas Uno, también conocido como “Milhomes” ha vuelto a caer y pasa las siguientes dos horas en un lamentable estado. Levamos anclas y nos desplazamos a Es Pujols con el objeto de bajar a tierra y comprar algunos víveres. Cárdenas “Milhomes” permanece en el barco y el resto de la tripulación se da un paseo por Es Pujols mientras el Capitán compra víveres para cocinar una tortilla de patatas y un “risotto” de verduras para el día siguiente. A la vuelta, encontramos a Cárdenas Uno inquieto, el capitán de otro barco se había acercado para preguntarle qué profundidad de fondeo había y advertirle que esta noche el viento sería del sur. Lo del “viento del sur” lo dejó claramente preocupado, y así se lo transmitió al Capitán. Éste le dice que no dé crédito a cualquiera que se acerque en una lancha. El Capitán se dispone a empezar la preparación de la tortilla cuando se da cuenta de que no ha comprado huevos. Tiene que regresar a puerto, compra los huevos, y a pocos metros de llegar de vuelta al barco se da cuenta de que tampoco tiene aceite, con lo que vuelta a puerto otra vez. Entretanto Cárdenas Tres ya ha pelado y cortado las patatas.
Esa noche el Capitán estaba especialmente amoroso. Ya nos había hecho notar su enamoramiento en las repetidas llamadas a su novia embarazada que lo espera en Albacete. En ese sentido nuestro capitán era la antítesis del marino con una novia en cada puerto, él estaba enamorado hasta la médula de su chica, a la que piropeaba y lisonjeaba en cada llamada, y no quería (no podía) pensar en ninguna otra. Su novia está embarazada y cual si fuera un antojo, cuando el Capitán le informó de que iba a cocinar una tortilla de patatas esa noche, le dijo que ella también quería comer de esa tortilla de patatas. El único sucedáneo posible fue una foto del Capitán mostrando a la tripulación desde la escotilla la tortilla recién cocinada, foto que le enviamos por el teléfono móvil.
Aquella noche también fue tranquila. La cala estaba bien protegida de los vientos de la noche y todos dormimos plácidamente.
El jueves a las 8:00 de la mañana, Cárdenas Tres volvió a levantarse con intención de darse un remojón tempranero y aprovechó para comprobar que los peces coprófagos no han abandonado las aguas Pitiusas. Tras el almuerzo, todos regresamos a Es Pujols para que Cárdenas “Milhomes” pudiera conocer el sitio y para que las chicas aconsejaran al Capitán qué comprarle a su novia con la que se reuniría en domingo. De vuelta al barco y conocida la previsión del tiempo para las próximas horas nos desplazamos a Ibiza con rumbo a Cala Llonga. Llegamos a Cala Llonga y mientras el Capitán nos prepara el “risotto» prometido, la tripulación nos damos una vuelta por la playa de Cala Llonga para comprobar el desmán urbanístico que ha convertido lo que debió ser una cala idílica en un conglomerado de edificios para uso y disfrute de italianos. Una parada en el supermercado nos confirma nuestras sospechas al sorprenderse al ver a unos españoles comprando.
El fondeo del jueves por la noche se presenta problemático. La tripulación quiere visitar Ibiza, el Capitán alerta que la única cala donde se puede fondear es Cala Talamanca conocida por su incomodidad ya que se cruzan la dirección del viento con la del mar de fondo, haciendo que incluso con poco viento el barco pueda escorar fácilmente hasta 30 grados a babor y estribor. Parte de la tripulación ya había experimentado estos movimientos el año anterior y no quería volver a experimentarlos este año bajo ningún concepto. Pero el Capitán era claro, si fondeamos en Cala Talamanca, él no iba a mover el velero a otra cala a las 2:00 de la mañana sólo porque el bamboleo del barco fuera inaceptable. Llegamos a Cala Talamanca a la puesta de sol y el Capitán tiene un pequeño incidente con el capitán de otro velero en la búsqueda del mejor sitio dónde fondear. Parece que la mar está calma, hay poco viento y no hay mar de fondo. Bajamos a la playa en dos lanchas neumáticas, la propia del barco y otra que había traído Cárdenas Dos. Buscamos donde desembarcar, operación dificultosa dado el número de lanchas que ya había en la orilla, y como si de un mal presagio se tratara, el motor de la lancha de Cárdenas Dos se engancha en un cabo de otra lancha que estaba amarrada. No hay desperfectos, sólo un pequeño susto.
La noche ibicenca está en ebullición. Hay gente guapa (y no tan guapa) por todas partes. Los yates de la Marina de Ibiza impresionan. Los locales están abarrotados. Las “drag queen” toman el paseo mientras intentamos encontrar dónde cenar. Finalmente recalamos en un local atendido por una brasileña de Salvador de Bahía con la que el Capitán entabla conversación durante la espera. La comida es aceptable aunque los platos desaparecen de la mesa a una velocidad de vértigo. Cárdenas Uno y Cárdenas Tres descubren que ambos “parlen valencià pels colces” y deciden, a partir de ese momento, cambiar su forma de comunicación. En el caso de Cárdenas Uno, el habla en valenciano va asociado a un cambio de entonación similar al de Carlos Jesús cuando se transforma en Micael, fenómeno provocado, sin duda alguna, por el encuentro con Cárdenas el auténtico.
El ambiente se va animando por momentos. Las cervezas, las copas de vino, los chupitos ingeridos inducen una euforia contagiosa a la que se une el Capitán, contento porque el cocinero del restaurante donde hemos cenado tenía un cargador compatible con su teléfono móvil y esta noche podría volver a llamar a su “pichoncito”.
Al regresar donde habíamos dejado las lanchas, descubrimos, con desagrado, que algún desaprensivo había robado el tapón de la gasolina del motor fuera borda de Cárdenas Dos. Inicialmente pensamos que habrían robado también la gasolina, pero no, debió de ser algún descerebrado que habría perdido su tapón y no encontró mejor solución que afanársela al primer motor a su alcance. El incidente aparte de la incomodidad de tener que encontrar un tapón de repuesto tendrá consecuencias más graves al día siguiente.
A la vuelta al barco, el viento sigue flojo, pero la mar de fondo ha aumentado. Las luces de fondeo de los barcos de las inmediaciones oscilan en un arco de más/menos 25 grados haciéndonos presagiar una noche movida, en el sentido literal de la palabra.
El Capitán, que el día del embarque recibió con alegría la botella de Macallan que trajo Cárdenas Uno y a la que éste sólo pudo darle un sorbo, decide hacerse un último chupito de güisqui antes de retirarse a su camarote. La tripulación se retira, excepto Cori que recuerda cómo fue de movida una noche similar del año pasado en esa misma cala. El Capitán nota la cara de preocupación de Cori y le asegura que esta noche ella va a dormir plácidamente. Desde los camarotes se oyen las risas y el movimiento en cubierta, tambuchos que se abren y cierran, el cabrestante que se acciona. En cubierta, el Capitán, ayudado por Cárdenas Dos en la logística, ha decidido tirar un ancla por popa con el barco aproado al mar de fondo y así reducir el vaivén. La operación, según relataron Cárdenas Dos y el Capitán, tuvo sus momentos de hilaridad ante la dificultad de colocar el barco con proa a la mar y lanzar el ancla antes de que se aproara al viento. El buen rollo que se respiraba en el barco, el Macallan que no probó Cárdenas Uno, y la pericia de nuestro capitán fueron primordiales para el éxito de la operación y la (relativa) tranquilidad de la noche.
Aún con el barco sujeto por dos anclas, la noche fue movida (podía haber sido peor) y la mayor parte de la tripulación decide que el viernes sea un día terráqueo, es decir con predominancia del tiempo en tierra. Cárdenas Tres y Curi permanecen a bordo mientras el resto planea un día de compras por Ibiza, seguido de comida y posterior desplazamiento por taxi hasta Cala Jondal, hasta donde el Capitán gobernará el velero mientras tanto. Algunos de los tripulantes que bajan a tierra sufren en sus carnes el “mal de tierra”, tras haberse acostumbrado a los vaivenes del barco, la vuelta a terreno firme produce un movimiento ficticio del entorno que induce al mareo como si todavía se estuviera a bordo.
En el velero es el momento de recoger el motor de la lancha de Cárdenas Dos, el Capitán la desmonta, se la pasa a Cárdenas Tres, la lancha se separa un metro de la popa del barco, el motor pierde la verticalidad tan inoportunamente que la gasolina se derrama por el orificio donde estaba el tapón encima de las partes nobles del Capitán. Al principio éste no nota nada, pero pasados unos segundos, el Capitán da muestras inequívocas de sufrimiento: la gasolina le provoca un quemazón insoportable en los testículos, ni el agua de mar, ni el jabón lo alivian, el Capitán se retuerce de dolor, Cárdenas Tres encuentra una crema hidratante que el Capitán se aplica en gran cantidad, y tras unos minutos de máxima tensión, el Capitán recupera su buen estado de ánimo y narra lo dolorosa que ha sido la experiencia. ¡Maldito el que se llevó el tapón la noche anterior!
Recuperado el Capitán, Cárdenas Tres y Curi disfrutan del velero para ellos solos en la travesía desde Cala Talamanca a la cala de Ses Salines, donde fondean para comer, para después proseguir a Cala Jondal donde se reunirían con el resto.
La tripulación que había bajado a tierra tenía que comprar los víveres que nos permitirían acabar la travesía de retorno al Mar Menor. Su llegada en taxi a Cala Jondal, cargados de bolsas de Spar, es épica: tienen que atravesar una multitud de guaperas que estaban en “Blue Marlin” (una de los chiringuitos de moda de la isla) moviendo el esqueleto al son de una música repetitiva e hipnótica. Cárdenas Uno no se inmuta y transporta los víveres hasta el barco.
Esa tarde, Cárdenas Tres, el Temerario, alentado por el Capitán decide probar qué se siente al hacer submarinismo. El Capitán lleva una botella de aire comprimido a la que puede acoplar dos reguladores para que Cárdenas Tres pueda experimentar, por primera vez, cómo respirar bajo el agua. Cárdenas Tres se lanza, sufre hasta que entiende cómo usar el regulador, y sin plomos que le ayuden a sumergirse, se agarra al Capitán y bucea bajo el barco a lo largo de su crujía. El único problema que tiene Cárdenas Tres es la compensación de la presión en los oídos que no consigue dominar y que le obliga a regresar a la superficie. Una última inmersión para recuperar una cubitera que hay en el fondo junto al ancla concluye la experiencia de Cárdenas Tres que añade una nueva sensación a su bagaje.
Esa noche bajamos a cenar al restaurante Yemanja que hay junto a Blue Marlin. Las lanchas motoras afluían desde los yates de lujo que habían fondeado a nuestro alrededor hasta el desembarcadero privado del restaurante. Aunque no teníamos reserva conseguimos sentarnos y disfrutamos de una copiosa cena a precio ibicenco.
Acabada la cena, visitado Blue Marlin, que a aquellas horas todavía estaba muy apagado, y mientras esperan al Capitán que los recoja en la lancha para regresar al barco, Cárdenas Uno recuerda que entre los víveres aportados había provisión para preparar media docena de “gin tonics” diarios de los que se habían preparado uno o ninguno. Es la última noche que pasaremos fondeados y tenemos que aprovechar nuestras provisiones. Al regreso al barco, con una mar plano como un plato, sobre la que se refleja una luna casi llena, Cárdenas Uno prepara unos “gin tonics” y la tripulación se queda en cubierta charlando. Es la noche en la que nos enteraremos cómo se conoció cada pareja, la historia de la cabeza que sobresalía del 4L y el motorista, la historia de la discoteca que ofrece chocolate con magdalenas a sus clientes, la historia de las fiestas de hombres necesitados de mujeres… Las tres son parejas longevas que empezaron jóvenes.
El sábado es el último día en Ibiza, Cárdenas Tres se levanta el primero para darse su chapuzón matinal y alimentar a los peces coprófagos, mientras el resto de tripulación va apareciendo poco a poco. Todos han dormido como en casa, la mar ha estado tranquila, sin ola alguna durante toda la noche, y todavía sigue así. Baños en la popa del barco, incluida caída de Cárdenas Uno con camiseta y galletas incluidas. El Capitán bucea con su botella en las proximidades de las paredes rocosas de la cala a la búsqueda de meros, morenas y pulpos. El viaje se está acabando ahora que ya todo el mundo se ha acostumbrado a la vida a bordo. A las 13:00 levamos anclas y comenzamos la travesía de vuelta. Aunque la previsión es de vientos de fuerza 5 en el Canal de Ibiza, los vientos nunca aparecen y la travesía casi al completo hay que realizarla a motor, con la mayor izada para estabilizar el velero. ¡Qué diferencia con la travesía de ida! cuando casi toda la tripulación sufrió los efectos del mareo. El mar está tranquilo, el poco viento es de través, y los delfines aparecen cuando Es Vedrà está desapareciendo por popa y el Montgó ya puede adivinarse por estribor. ¡Qué espectáculo el de los delfines! Una docena de delfines nos acompaña por proa por un periodo de más de treinta minutos mientras vemos pasar la manada por babor. Un delfín exhibicionista decide dar unos saltos con caída sobre su lomo, una, dos, tres, y hasta cuatro veces. El viento ha caído, el velero navega a sólo 2 nudos y el Capitán decide darse un chapuzón por popa asido de un cabo. Cárdenas Tres, el Temerario, no puede resistirse y lo imita.
Quedan unas doce horas para llegar a puerto. El Sol se pone, Venus aparece y se pone por el Oeste, Júpiter sale por el Este, la Luna llena nos ilumina y a la vez impide disfrutar del cielo estrellado. En el horizonte aparecen y desaparecen las luces de tope de otros barcos que se cruzan con nosotros. La noche transcurre tranquila. Llegamos a la Manga mucho antes de lo esperado y fondeamos en las inmediaciones del Puente del Estacio a esperar a la primera apertura a las 9:00.
Entramos en el Mar Menor, damos un pequeño paseo por el mismo aproximándonos a la isla Perdiguera donde el velero queda quieto sin necesidad de echar el ancla, el viento es nulo. Aprovechamos para acabar con los víveres que nos quedan y hacer un buen almuerzo que nos permita regresar a Valencia sin necesidad de parar a comer.
Atracamos en puerto, recogemos nuestros efectos personales. Es el momento de las despedidas, del intercambio de teléfonos. El Capitán queda comprometido en que llamará a Cárdenas Tres si tiene que llevar algún barco a través del Atlántico. Todos estamos dispuestos a repetir. La experiencia, al final, ha sido muy gratificante. Atrás quedan los mareos, la ropa que nunca nos pusimos, los “gin tonics” que nunca nos bebimos, el Macallan que Cárdenas Uno nunca disfrutó, los víveres que nunca nos comimos. A Valencia sólo nos llevamos los buenos recuerdos de una semana de travesía entre amigos.
Subimos al coche, emprendemos viaje hacia Valencia cuando de repente Cárdenas Uno pregunta: “¿Podemos parar que compruebe que llevo la cartera en el pantalón que está en la maleta?”
Próximo concierto del Coro de la UPV – jueves 8 de julio
La hija, el regimiento, los piratas y la gallina
Como no podía ser de otra manera, cuando en diciembre pasado Enric Benedé nos comentó en uno de los últimos ensayos del año que se iba a montar una ópera en el Conservatorio Superior de Valencia y que buscaban cantantes interesados en participar en el coro, di un paso al frente vislumbrando la posibilidad de afrontar un nuevo reto. Como tantas otras veces era un salto al vacío —conjugar música, canto, coreografía y actuación escénica en una sola actividad era algo nuevo; pero la posibilidad de subirme a un escenario para hacer lo que, con admiración, había visto hacer a otros, me resultaba demasiado atractiva como para rechazarla. No sabía lo que me esperaba: largas horas de ensayo (y de espera), momentos de tensión, momentos de hechizo y el descubrimiento de un mundo que tenía poco que ver con mis experiencias escénicas anteriores. También he descubierto un ejemplo claro de la importancia del trabajo en equipo y de la delegación de tareas. Pero…, vayamos por partes.
El 18 de diciembre, a punto de comenzar nuestro concierto de Navidad, al que seguiría la fiesta sorpresa de cumpleaños de Inma, me paso por el Conservatorio a recoger las partituras. Allí conozco a Amadeo Lloris, quien será el encargado de preparar musicalmente al coro y a quien estoy muy agradecido por permitirnos participar y por su dedicación al proyecto, allí también me entero de que la ópera a representar es «La Fille du Regiment«, ópera cómica en dos actos de Gaetano Donizetti. La participación del coro de hombres es importante con una larga presencia en escena. Quedamos emplazados para el primer ensayo musical el primer viernes lectivo de 2010. Entre tanto hubo tiempo para localizar algunas grabaciones de la ópera, con Pavarotti y Sutherland, con Pons y Baccaloni, incluso una grabación en vídeo con Flórez y Dessay que será nuestra principal referencia de qué va a pasar en escena. También localizamos el libreto traducido y descubrimos que el aria «A mes amis» del tenor en el primer acto es conocida como una de las más exigentes para los tenores solistas por la sucesión de nueve exigentes does agudos.
Llegó enero y el primer ensayo y allí nos fuimos los cinco voluntarios del Coro de la UPV. Tenía gran curiosidad por ver cómo se organizaban los ensayos, aunque al principio estaba claro que los ensayos serían musicales y no muy diferentes de aquéllos a los que estaba acostumbrado en el Coro de la UPV. También tenía curiosidad por saber quiénes iban a ser nuestros compañeros. Y ese día empezaron las sorpresas, la primera sorpresa fue que, como en el ejército, «el valor se nos suponía»: no iba a haber ensayos parciales, y se esperaba que a los ensayos se iba con la obra ya estudiada, al fin y al cabo, la obra habría que cantarla de memoria; la segunda fue que la mitad de los componentes del coro ya habían actuado con nosotros en el coro de la UPV, pero ¡como solistas! ¿Dónde nos habíamos metido? Allí estaban Sebastià Peris, que hacía de bajo solista en la obra que estábamos preparando, «El Canto de los Bosques«, Néstor Catalá, que había hecho de tenor solista en Carmina Burana dos años atrás, Héctor García, a quien conocíamos de solista de l’Orfeó d’Aldaia y luego nos enteramos que Jordi Sánchez era cantante solista del grupo Rosebad, que Néster Martorell también era cantante solista… El ambiente que se respiraba en ese primer ensayo era muy bueno, casi todos se conocían de talleres de ópera anteriores y muchos no se habían vuelto a ver desde el último proyecto. De aquel primer ensayo hay que mencionar la personalidad inquieta de César Asunción, que rápidamente hizo de maestro de ceremonias presentándose primero él, e inmediatamente, a todos los que tenía alrededor. César, junto a Josevi Jorcano, serían los más regulares en los meses venideros y darían un toque divertido y transgresor a los largos ensayos que nos quedaban por delante.
Fueron pasando los primeros ensayos, y los que no leemos música a primera vista, ni tocamos ningún instrumento, tuvimos que ingeniárnoslas para esclarecer las melodías que teníamos que cantar y poder acudir a los ensayos con cierta confianza. Confianza que, en otro sentido, se iba estableciendo con el resto de miembros del coro y que me llevó a saber de la pasión por el jazz, y por la ópera, de Miguel Gibaja, quien toca la guitarra eléctrica en la Jazzbona Big Band y quien asiste a todas las representaciones de ópera del Palau de les Arts, y en muchos casos en más de una ocasión a la misma obra; o conocer el reto que se planteó —y superó— Jordi Sánchez, de recorrer los últimos 100 kms del camino de Santiago corriendo. También nos empezaron a informar de lo que nos vendría más adelante, los ensayos de escena con Araceli Bergillos y los de orquesta con Ramón Ramírez, de cuyos fuertes y temperamentales caracteres debíamos estar avisados.
La obra estaba simplemente leída, muy lejos de estar memorizada y mucho más lejos de estar interiorizada, cuando pasamos al Anexo B para el primer ensayo de escena. Nuevas experiencias y gratas sorpresas. La primera, descubrir a los solistas que iban a protagonizar la ópera mostrándonos lo que sabían hacer. Era como asistir a un pase privado de la ópera. Aquel día conocimos a Neus Roig, Carmen Bou, Miriam Arnouk, Jorge Franco, Víctor Cabezas, Soledad Pedrosa y a David Sánchez, a los que más adelante se unirían Jesús Álvarez, Juan F. Durá y Manuela Muñoz, y a partir de aquel momento dejaron de ser ellos para ser nuestra Marie, nuestro Tonio, Sulpice, la Marquise, Hortensius,… La segunda, conocer a Araceli. Comenzó a explicarnos cómo había ideado la escenografía y cuáles serían nuestros papeles y empezó a hablar de lo que habría en el escenario, como si lo estuviera viendo, aunque en la sala de ensayos lo único que había era una silla de ruedas, que haría el papel de bote, y una escalera de cartón piedra, que haría el papel de barco, y el resto… nos lo imaginábamos. Sólo el día del estreno pude entender la claridad con la que Araceli había ideado toda la escenografía y lo que quería decir realmente cuando nos daba indicaciones: «… y vosotros os subiréis al barco …», «… y habrá unos espadachines batiéndose al fondo…», «… y saldrá un malabarista…».
Araceli repasó el guión de su concepción de la ópera y ya nos dijo que el coro apareceríamos como náufragos, después como piratas y finalmente como nobles. El primer ensayo de escena fue duro, ni estábamos en nuestro papel de náufragos, ni nos sabíamos los números, ni eramos capaces de sumergirnos en aquél mundo que había ideado, especialmente para nosotros, la directora de escena. También conocimos aquel día a alguien que ha mantenido un discreto segundo plano y cuya labor no debe desestimarse, Inés de Arvizu, la ayudante de dirección de escena, quien, omnipresente en los ensayos, tomaba notas y hacía indicaciones de cuándo, cómo y dónde debían de producirse todos los movimientos en el escenario.
Tras los dos primeros ensayos de escena, llegó Cristina Alfonso, la coreógrafa. ¿Cuánto nos habrá hecho sufrir? ¿Y cuánto le habremos hecho sufrir nosotros a ella? Estábamos preparando una ópera, así que además de cantar nuestros números había que actuar, y, en ocasiones, bailar, y hacerlo aconjuntadamente. Y para eso ha estado allí Cristina, montando números de baile que no fueran difíciles de recordar y luchando con la dificultad que supone la falta de regularidad de gran parte de los participantes. Desesperada estaba cuando un viernes montábamos un número, y al viernes siguiente no salía nada, y había que empezar de nuevo. ¿Cuántos kilómetros habremos recorrido dándole vueltas a la Marquise al ritmo de «Allons, plus d’alarmes»? Gracias Cristina por tu paciencia.
El estreno estaba fijado para el 28 de mayo, aunque distante al principio, las semanas pasaban rápido y el calendario académico con sus vacaciones de fallas y de Semana Santa, reducía las semanas hábiles de ensayo dramáticamente. La parte musical iba progresando adecuadamente, pero seguíamos haciendo kilómetros alrededor de la Marquise y la coreografía no progresaba tan adecuadamente: hacía falta aumentar la frecuencia de los ensayos de escena. Empezamos a ensayar también los sábados por la mañana. Fueron sábados en los que los que llegábamos puntualmente podíamos charlar un rato con Amadeo sobre las vicisitudes del montaje. Amadeo, el hombre tranquilo, repetía que éste era un montaje difícil pero que confiaba en que estuviera listo para el día del estreno (pero no antes). Hubo que sacrificar parte de nuestras actividades de fin de semana para poder asistir a estos ensayos extraordinarios en un Conservatorio donde no había nadie más que nosotros. Y conocimos a Óscar Hernández, el bombero, quien haría los malabares, regiduría y nos daría clases de «actitud pirata».
Llegó el mes de mayo, el mes del estreno, y aquello no parecía que pudiera estar listo para el día 28. Tuvimos un ensayo, sólo coro y piano, con el director de la orquesta, Ramón Ramírez. Afortunadamente, el ensayo fue tan penoso que sería imposible hacerlo peor. Cuando llegamos al final del primer acto, Ramón decidió dejarnos seguir trabajando con Amadeo e hizo un comentario muy pertinente: todavía estábamos muy pendientes de la partitura y no la habíamos interiorizado, su interpretación debía de ser casi mecánica, sin necesidad de pensar en ella. Y tenía razón. Ramón se fue con una mala impresión del coro, pero ya nos encargaríamos nosotros de hacérsela cambiar. El siguiente viernes sería el primero de los dos ensayos con orquesta y sólo quedaban cuatro semanas para el debut.
Viernes 7 de mayo: primera italiana. ¿Italiana? ¿Qué era eso de una italiana? Me comentan que es un ensayo en escena con orquesta pero con partituras en la mano. Nos convocan en el nuevo edificio del Conservatorio. Prácticamente somos los que inauguramos el edificio: todo está nuevo, los atriles conservan los precintos y algunas sillas sus fundas de embalaje. Ensayamos primero en el aula de coro, presidida por un majestuoso piano de cola y después pasamos al aula de orquesta, donde en vez de un ensayo de escena hacemos un ensayo musical. Descubrimos el fuerte carácter de Ramón Ramírez y también que va a llevar el tempo de algunos números un poco más lento de lo que lo habíamos ensayado; algo que podemos corregir durante ese ensayo pero que nos llevará de cabeza en los ensayos generales y en las representaciones. A partir de este día el ritmo de trabajo aumenta, el sábado 15 tenemos un ensayo de escena previo a la representación en versión concierto programada para el lunes 17 en la Universidad Politécnica. La obra todavía no está memorizada en su totalidad, aún así, Araceli anuncia que la actuación en la UPV será escenificada, sin vestuario ni maquillaje, pero con los movimientos escénicos que habíamos ensayado. ¡No puede ser! ¡Pero si todavía no nos sabemos la música y de la coreografía del coro en el segundo movimiento no hemos hecho nada aún! Al final se decide que en el segundo movimiento el coro saldrá con partituras, pero el primero va de memoria y escenificado.
La actuación en la UPV sirve como prueba de fuego y de primera toma de contacto con un escenario y con público (aunque sea poco). Se salvan los papeles, se notan las carencias, y se graba la actuación que servirá para dar las últimas indicaciones en el próximo ensayo. Sólo quedan dos ensayos, viernes y sábado y la semana siguiente ya son los generales y la actuación. Ese viernes y ese sábado fueron muy tensos. La obra estaba casi a punto, pero quedaban mil detalles por pulir. Hubo cambios de última hora que había que transmitir a los que no había venido a ensayar. Hubo quejas y lamentos y subidas de tono y alguno se quedó encerrado en el minúsculo baño del Anexo B.
Llegada la semana final, nosotros, el coro, éramos conscientes de las muchas horas que habíamos echado corriendo en círculos alrededor de la Marquise, y también éramos conscientes del trabajazo de los solistas preparándose sus papeles. De lo que no éramos tan conscientes era de que al mismo tiempo que nosotros preparábamos nuestra parte musical y escénica había una multitud de gente que también estaba trabajando en aras del éxito de «La Fille du Régiment»: los alumnos del Departamento de Diseño Gráfico de la Escola d’Art i Superior de Diseny participaron en un concurso para elegir el cartel anunciador; los alumnos del Departamento de Moda, bajo la dirección de Amparo Peguero y Elena Cerdá habían estado diseñando y realizando el vestuario; los alumnos de la asignatura de Escenografía de la Facultad de Bellas Artes de la UPV habían diseñado y realizado los decorados; el departamento de Asesoría e Imagen Personal del IES Cabanyal estuvo colaborando en la peluquería y el maquillaje; y, por supuesto, sin olvidar el trabajo de todos los que forman parte de la Orquesta Sinfónica del Conservatorio Superior de Música de Valencia.
El miércoles 26 tocamos por fin escena y comprobamos, para nuestro deleite, que allí estaba el barco del que tanto habíamos oído, que todos teníamos nuestra indumentaria para caracterizarnos de náufragos, de piratas o de nobles, que los postizos (para los que no tenemos pelo en pecho) reposaban en los maniquíes… Superamos nuestra primera toma de contacto con la orquesta en el foso y los intérpretes en escena. Se hicieron las correcciones y repasos pertinentes. El jueves 27 tuvimos los dos ensayos generales y fuimos, por fin, conscientes de que la obra iba a salir e iba a salir bien. Ahora ya podíamos (y debíamos) valorar el trabajo de tanta gente y cómo este trabajo había acabado ensamblándose para resultar en una producción que seguro que gustaría al público. Ahora podíamos vivir aquello que nos contaba Araceli el día que la conocimos y que sólo ella veía con clarividencia.
El viernes 28 de mayo era el estreno. A las 17:00 comenzamos a caracterizarnos como náufragos. A las 19:00 se abre el telón, a lo lejos se oye «L’enemi s’avance»…
Gracias Amadeo, gracias Araceli, gracias Cristina, gracias a todos los que habéis hecho posible este proyecto y a todos los que nos habéis acompañado en el camino. Esta experiencia, como todas las primeras experiencias, será, para mí, imposible de olvidar.
P.D. Si has llegado hasta aquí, estarás esperando la explicación del porqué de «la gallina» en el título: aquí te dejo una foto de Clueca pero tendrás que venir a la próxima representación para enterarte, el viernes 4 de junio en el Teatro Serrano de Gandía.
P.D. 2. Si quieres ver más fotos pulsa en los siguientes enlaces: éste, éste, éste y éste
iPad: Addendum
Se me olvidó comentar una sensación que he experimentado en los pocos días que tengo el iPad: ¡qué difícil es volver al iPhone para hacer aquello que parecía revolucionario hace solo unos días! como navegar por Internet, leer el correo o buscar el mejor trayecto para volver a casa. No dejas de pensar en que eso mismo podrías estar haciéndolo en el iPad….
Como comenté, la anterior entrada no es una crítica al producto sino un volcado de mis sensaciones como usuario del nuevo artilugio de Apple. Pero me han pedido que comentara los tres puntos por los que más se ha criticado al ipad desde su aparición: la no disponibilidad de un puerto USB, la carencia de multitarea, y la falta de soporte de Flash. Sobre esta última no voy a decir nada, ya se han escrito ríos de tinta sobre la misma, incluido el propio Jobs. Sobre la multitarea diré que, efectivamente, la experiencia (mística) lo sería aun más si se pudiera cambiar de programa sin tener que salir de uno y entrar en otro, aunque esto parece que está a punto de resolverse con el nuevo sistema operativo, y sobre el puerto USB, ¿qué decir? Si es para un lápiz de memoria ya tengo Dropbox, si es para periféricos –que le quitarán parte del encanto a la relación íntima entre el usuario y el aparato– ya hay un puerto y están empezando a proliferar los periféricos que lo utilizan.
En resumen, creo que son críticas que no menoscaban lo más mínimo la calidad del innovador producto que le valió a Steve Jobs la portada de la mayor parte de los periódicos del mundo.
iPad: no es un pájaro, no es un avión, NO es Superman
Es el iPad. El viernes 23 de abril, a las 17:30 me escapaba del ensayo del coro de «La fille du regiment» para recoger el paquete que el mensajero de Fedex sujetaba frente a la puerta de la Escuela de Ingenieros de Caminos de la Universidad Politécnica de Valencia. Tras mis llamadas, esa misma mañana, al servicio de atención al cliente de Fedex, ya me había hecho a la idea de que no llegaría hasta el lunes, con lo que la recogida del paquete fue particularmente reconfortante, aún cuando me acabaran cobrando 25 euros adicionales de gastos de aduana que, supuestamente, estaban incluidos en el envío.
Allí estaba yo, en la calle, con mi paquete de Fedex sin abrir, y con la obligación de regresar al ensayo, que todavía duraría unas tres horas más. Aunque estuve tentado de abrir el paquete allí mismo y ver su contenido, decidí ir al coche, dejarlo en el maletero, y volver al ensayo. Era el feliz poseedor de un iPad, pero nadie lo sabía, y no podía compartirlo con mis compañeros de ensayo, que estaban (estábamos) concentrados en las indicaciones del director. Me sentía, salvando las distancias, como aquel infame 23 de febrero, cuando en el descanso de la clase de Derecho Administrativo unos pocos nos enteramos de que acababan de entrar unos guardias civiles en el Congreso, y yo decidí inmediatamente abandonar «el poli» y regresar a casa; en el trayecto de autobús tuve esa extraña sensación de que yo tenía información a la que los de mi alrededor eran ajenos, y sentía la necesidad de compartirla. Afortunadamente, este 23 de abril, la información que tenía y quería compartir era mucho más frívola y de menos alcance.
No fue hasta las 22:30 que abrí el paquete. Encima de la mesa de la cocina hice las primeras fotos, y comuniqué la buena nueva al mundo. Desde entonces he estado trasteando con el aparato. Éstas son mis primeras experiencias.
El iPad ni es un pájaro, ni es un avión, ni es Superman, tampoco es un ordenador, ni un lector de libros electrónicos, ni un teléfono de última generación, ni un iPod Touch con esteroides. El iPad es… una experiencia mística. Seguro que soy parcial, y mi pasión por los productos de la factoría Apple –pasión sostenida desde que pudiera comprarme un Macintosh Plus en enero de 1986— hace que exagere algunos de mis calificativos. El que he comprado es el de 32 GB, con WIFI y, por supuesto, sin 3G, el único modelo que les quedaba a los de DontRetail.com cuando hice el pedido. Lo desembalo, lo enciendo y lo primero que aparece en la pantalla es una imagen del cable USB y la indicación de que hay que conectarlo al ordenador para activarlo a través de iTunes. La misma imagen que en el iPhone, pero más grande. Primer momento de desasosiego, ¿detectará iTunes que estoy intentando activarlo desde un ordenador en un país en el que todavía no se distribuye? Si Apple fuera la SGAE seguro que ese mero hecho provocaría un borrado automático de los contenidos del iPad y la aparición de la cara del Tío Sam señalándome y diciendo «You’re being watched». De todos modos, el desasosiego es menor, porque tengo instalado «Hotspot shield» un programa que te da acceso gratuito a una «Virtual Private Network» que te despacha una IP americana, y caso de que iTunes reconozca mi IP como española y eso sea un inconveniente me disfrazaría como americano parapetado tras mi Hotspot. (Nota al margen: «Hotspot shield» es genial si quieres tener acceso a contenidos americanos a los que sólo se puede acceder desde EE.UU. como por ejemplo «Late Show with David Letterman«, quien el 1 de abril hizo una parodia con el iPad como sólo él sabe hacer.)
Conecto el iPad al ordenador, lanzo iTunes, reconoce el iPad, pide que le de un nombre, salto el proceso de registro e inmediatamente aparece una pantalla en la que me pide si quiero restaurarlo a partir de una de las copias de seguridad del iPhone. En este momento dudo qué hacer, restaurar desde el iPhone supone que copiará las preferencias del iPhone, las cuentas de correo, las canciones, ¿copiará también los programas que tengo instalados en el iPhone?… Todavía no he cenado (información importante) así que acepto la restauración desde el iPhone y que se complete mientras como algo; si algo sale mal, todavía no he hecho nada con él así que puedo hacer una puesta a cero a través de iTunes. «Sync in progress.» «Time for dinner.»
Vuelvo de la cena, Inma me mira desde el sofá sabedora de que hoy no me voy a sentar a ver ninguno de los capítulos que nos queda por ver de la cuarta temporada de «Dexter» y me pregunta ¿qué tal va?. Pues va bien, aparentemente. La sincronización ha terminado. Hay un diálogo que me informa de que ha habido problemas sincronizando ciertas canciones (ya lo sé, son los archivos midi que uso para los ensayos y que no se pueden reproducir ni el iPhone ni el iPad). En las preferencias ahora tengo definidas las mismas opciones que en el iPhone, se han copiado las fotos de iPhoto, y las canciones de iTunes, las marcas de Safari, y poca cosa más. No hay programas nuevos, no hay cuentas de correo definidas, así que investigo las distintas pestañas de iTunes que aparecen tras seleccionar el iPad, parece que por defecto todo (¿menos las fotos y las canciones?) está marcado como que no debe de sincronizarse. Así que decido hacer una sincronización de unas pocas aplicaciones del iPhone –las que sé que no van a dar error de sincronización– y de la agenda de contactos. Sin problemas. Accedo a la WIFI. Lanzo algunos programas: Photos, Safari, Maps, Video, iPad, … funcionan igual que cuando el iPad estaba en el regazo de Steve Jobs durante la presentación del producto. De hecho, me sorprende que funcionen exactamente igual y que prácticamente todas las características novedosas de estas aplicaciones con respecto a sus equivalentes en el iPhone ya nos las hubiera enseñado Steve en la presentación, no dejando nada por descubrir.
Siguiente paso, configurar correo y agenda a través de Exchange con mi cuenta de gmail. Aquí surgen algunos problemas. Configuro la cuenta de gmail a través de las preferencias, tal y como ya lo hice en el iPhone, pero cuando lanzo Mail sólo veo la estela dando vueltas y el mensaje «Checking for Mail…» pero nada pasa. Navego por internet a ver si hay algo específico para el iPad que no estoy haciendo, pero no encuentro nada. La conexión a internet es buena, puedo leer mi correo a través de Safari usando la nueva interface que Google ha diseñado para el acceso desde el iPad. No consigo resolverlo. (A la mañana siguiente, el correo está perfectamente configurado, el icono de Mail muestra el número de mensajes por leer, están todas las carpetas, …)
Siguiente paso, conseguir iBooks. Una de las razones por las que compro el iPad es para usarlo como lector de libros electrónicos, tanto en formato texto, epub, o similar, como en formato pdf. Pero iBooks no viene de serie con el sistema. Durante la sincronización con la información del iPhone, la Apple ID ha sido cargada al iPad. Lanzo la AppStore, parece que empieza a cargar, pero antes de que aparezca nada en pantalla salta un mensaje de aviso diciendo que la AppStore no está disponible en este país. Lo reintento varias veces sin éxito. Lo intento desde el Mac, voy a la iTunes Store y busco iBooks, ni rastro del lector de libros de Apple, salen un par de referencias irrelevantes. Está claro que hasta que no se ponga a la venta el iPad en España no va a ser posible descargar programas para el iPad. Entonces, recuerdo una entrada en abrefacil.net donde explicaba cómo darse de alta una cuenta en el AppStore americano sin necesidad de tarjeta de crédito. Lo intento desde el iPad, pero no es posible. Lo intento desde el Macbook, elijo la opción de «no especificar el medio de pago», coloco una de las direcciones que tuve en EE.UU. cuando vivía allí, e, increíblemente, funciona. (Más tarde volvería a intentarlo para dar de alta otra cuenta, y ya no pude, la opción de dar de alta la cuenta sin especificar el medio de pago no volvió a aparecer, que alguien me lo explique.) Encuentro la iBooks, que descargo, y unos cuantos programas gratuitos más.
Abro el iBooks, en la estantería viene el libro de Winnie-de-poh, que hojeo. Muy agradable de leer, un contraste excepcional, puedes jugar con el tamaño de letra, con la orientación de la página, marcapáginas, …. Pero, ¿qué es esto? ¿estas bandas sombreadas junto a uno de los bordes de la pantalla? En la imagen podéis ver a qué me refiero, no sé si es un problema de mi aparato en concreto o ocurre en todos ellos, pero esa imposibilidad de conseguir un blanco uniforme en los bordes de la pantalla me recuerdan a los primeros monitores de cristal líquido.
He oído hablar del GoodReader como un excelente lector de pdfs. Ya he podido comprobar que la lectura de pdfs va a ser buena tras enviarme alguno por correo como adjunto, pero el lector integrado del sistema operativo no te permite pasar página a página como si estuvieras leyendo un libro, entre otras cosas. Intento comprarlo en al AppStore, pero en el momento de la descarga solicita un medio de pago. Le doy mi tarjeta de crédito y una dirección postal en EE.UU., tras unos segundos me informa que «la información proporcionada por su banco no coincide con la que aporta», pienso que a lo mejor es el nombre, que no he puesto los dos apellidos ni el nombre compuesto, lo intento de nuevo, sin éxito. Así hasta cinco veces con distintas tarjetas de crédito y distintas combinaciones de los campos obligatorios. Y hasta cinco veces la AppStore me impediría comprar GoodReader. (A la 9:00am del día siguiente, suena mi iPhone, son del sistema antifraude de tarjetas de crédito de RuralCaja, que han detectado cinco cargos de 1 euro en dos de mis tarjetas en el App-iTunes y que querían comprobar si las había hecho. Se encienden las alarmas. Pero, si no pude comprar nada de nada, ¿cómo que me han cargado cinco euros? Además, el GoodReader no llegaba a un euro. Parece ser que en cada solicitud de verificación de tarjeta de crédito, la AppStore solicita la autorización de un cargo de una unidad de moneda del país de emisión de la tarjeta, aunque después no compensa el cargo.) Cansado me desconecto de la tienda americana y vuelvo a reconectarme a la española.
No GoodReader. Busco la página web de GoodReader en el Mac, leo las bondades del lector, y pincho (no se por qué) en el botón de descarga. Automáticamente se abre iTunes en el Store español y muestra las versiones disponibles del programa: para iPhone y para iPad. Pulso en descargar la versión del iPad y, maravilla de las maravillas, GoodReader se descarga al ordenador. Inmediatamente sincronizo el iPad y allí está. Descubro, por tanto, que la tienda española también tiene aplicaciones para el iPad, aunque no esté el iBooks, ni ninguna de las aplicaciones de iWorks. GoodReader funciona de maravilla y como lector de libros en pdf se comporta como tal. ¡Qué gusto poder leer un libro de texto con ecuaciones o un cómic, magnificar la imagen para ver los detalles, y pasar página con un simple golpe en el inferior de la pantalla!
Pruebo las aplicaciones del iPhone que se han instalado. Se abre una pequeña ventana en el centro del iPad, un poco más grande que la pantalla del iPhone. Al pulsar el botón 2x se amplifica hasta ocupar toda la pantalla pero la degradación de la imagen y el pixelado son evidentes. Las aplicaciones funcionan, pero para un producto de diseño, el tener que trabajar con tan mala calidad de imagen le resta todo su encanto.
Se me olvidaba comentar. En el momento en que instalé el iBooks, apareció un nuevo elemento en la columna izquierda de iTunes y una nueva pestaña cuando el iPad está seleccionado que dice «Books». La siguiente pregunta es, ¿puedo cargar los libros que estaba leyendo en el Kindle?. Sin problemas, con Stanza, se puede convertir una gran variedad de documentos a formato epub. Una vez creado el documento epub sólo hay que dejarlo caer en el recientemente aparecido icono «Books» en iTunes. Así que ya tengo acceso a cualquier libro del proyecto Gutemberg, o de la biblioteca virtual Cervantes.
Y, ¿cuáles son realmente mis impresiones?
A favor: Apple ha vuelto a crear un artilugio (todavía no encuentro el sustantivo que lo describe) con un diseño espectacular, y cuyo uso cambiará nuestros hábitos. El iPad responde con una rapidez y con una suavidad inigualables. Navegar por la red, leer un documento, ver una película, o un vídeo de YouTube, tienen ahora otro sentido. Las imágenes son brillantes, con un gran contraste, la rapidez con que el aparato responde a los gestos para hacer zum, el desplazamiento inercial de los objetos, la inexistencia de periféricos, es simplemente la experiencia (mística) de tú con tu iPad. No es una herramienta de trabajo, aunque se puede usar para trabajar. Es claramente una herramienta de entretenimiento. No es un teléfono, pero se puede usar como teléfono, acabo de instalar Skype (versión iPhone) para comprobarlo. Las aplicaciones que vienen de serie llevan la marca Apple y simplemente jugar con ellas es una experiencia en sí misma. Al no haber periféricos, no hay teclado, pero el teclado en pantalla, especialmente cuando se utiliza en apaisado, es tan cómodo como un teclado normal.
En contra: No me puedo creer el problema de retroiluminación en los bordes, esperaré a comprobar si es un problema específico de mi aparato. Echo de menos en el teclado el tabulador (para navegar entre campos) y la tecla de fijación de mayúsculas, y no me gusta cómo han resuelto el tema de los acentos. La ñ aparece en el teclado cuando seleccionas en las preferencias el teclado español, y las vocales acentuadas se eligen automáticamente cuando mantienes pulsada la tecla de la vocal por una fracción de segundo, pero esa espera, aunque corta, me resulta incómoda. Los casi 700 g de peso, se notan. No se puede utilizar con una mano durante mucho tiempo, e incluso con dos manos acaba cansando. Es por ello que en cuanto al iPad como lector de libros electrónicos, creo que para la lectura lineal de literatura voy a seguir utilizando el Kindle, es menos bonito pero pesa poco más de 250 g, el iPad lo usaré para la lectura de pdfs y de cualquier otro documento con profusión de imágenes, gráficos, tablas o ecuaciones. La pantalla con su alta capacidad reflectante se puede usar como espejo cuando la iluminación lo permite (los reflejos son bastante insufribles, vamos).
No es un ordenador, no es un teléfono, es un iPad.
iPad: aterriza como puedas
El pasado miércoles 14 de abril, pocas horas antes de que Apple anunciara que la distribución de los iPads fuera de los EE.UU. se iba a retrasar hasta finales de mayo, encargué un iPad a través del sitio de internet DontRetail.com, a las pocas horas me llegó la confirmación de que el pedido con número 562 había sido recogido por Fedex y que estaba de camino a Newark para su clasificación y despacho. Y muy poco después recibí un mensaje de Fedex indicando que el paquete ya había sido librado en Newark y que salía rumbo a su destino: entrega estimada el viernes 16 de abril antes de las 20:00h. Empezaba la cuenta atrás. Lo que yo no contaba era con la inoportuna intervención de las fuerzas de la naturaleza.
Al día siguiente en DontRetail.com ya no quedan iPads, la noticia de su retraso en la distribución fuera de América había hecho que los impacientes tecnoadictos que esperaban tener uno en sus manos en pocos días se lanzaran a la compra de los pocos que quedaban a la venta en lugares como DontRetail. Yo me frotaba las manos pensando que ese fin de semana podría tener uno en mis manos, cuando a un tal volcán Eyjafjallajokull, de impronunciable nombre y origen islandés, decidiera ponerse en erupción lanzando al aire una nube de cenizas que rápidamente se propagó por todo el noreste de Europa, desde Noruega hasta Rumania, pasando, entre otros, por el Reino Unido, Francia y Alemania y que, según los expertos, impedía el vuelo de los aviones. El resultado: la página web de Fedex empezó a informar de un retraso en el envío, primero de un día, luego de dos, hasta quedar en indefinido. No fue hasta el miércoles siguiente a la compra (y a la erupción del volcán), tras el comienzo de la reapertura de los espacios aéreos, que Fedex cambió su informe para indicar que el paquete ya había llegado a París y que desde allí se despachaba hacia España: entrega estimada, jueves 22.
Faltaba por sortear el problema de la entrega en la UPV. La Universidad Politécnica de Valencia, es una pequeña ciudad en la que todos los días nos concentramos entre alumnos, profesores y personal de administración y servicios más de treinta mil personas. Y aunque tiene un sistema de numeración de edificios que permite identificarlos, una historia es llegar al edificio 4E, después de encontrar un mapa de localización, y otra, muy diferente, es localizar la escuela, el departamento, y que haya alguien capaz de recepcionar el pedido. (Nótese que he evitado decir que el sistema de numeración permita identificar los edificios fácilmente, y que no he utilizado el edificio en el que está mi despacho, el 8G, la Ciudad Politécnica de la Innovación, como punto de entrega, porque en este edificio es imposible la localización de nadie, ni siquiera después de haber visitado personalmente el lugar de despacho.)
Mis peores expectativas se cumplieron. El paquete llegó el jueves y se intentó su entrega a las 16:17 según reza en la página web de Fedex. El intento no sé en qué consistió porque en la secretaría del departamento (lugar indicado para la entrega en la dirección postal) no había constancia de que dicha entrega se hubiera intentado. Puesto al habla con atención al cliente (¿desde algún punto en Bangalore, India?) Sheyla me informa que el paquete será entregado el viernes, intento convencer a Sheyla que haga constar que el paquete debe de ser entregado por la mañana, sin éxito. Sheyla mientras tanto me pide que corrobore la dirección, yo no había caído que «Esc. de Caminos» se podía interpretar como «Escalera de Caminos» (¿dónde estará la escalera de caminos en la UPV?) y que el pedido venía desde EE.UU. donde las marcas diacríticas son como manchas en la escritura, así que «Dep. de Hidráulica» aparecía como «Dep. de Hidr ul», faltaban las últimas letras porque no cabían en la etiqueta y faltaba la á. En ese momento Sheyla estaba convencida de que la razón del fallo en la entrega habían sido los errores en la dirección. Fue entonces cuando previendo que el paquete tampoco se iba a entregar el viernes empecé a maldecir en islandés y Sheyla, que no me entendía, me dio los buenos días y me agradeció que usara los servicios de Fedex. Eran las 8:00 de la mañana del viernes, teóricamente el paquete no había sido vuelto a recoger de las instalaciones de Fedex en Ribarroja del Turia, y yo confiaba que la información precisa del punto de entrega que le había transmitido a Sheyla, incluido mi número de teléfono móvil, se adjuntara al paquete y éste llegara a mi poder esa mañana.
«El que espera, desespera», dice el refrán, y, aunque no estaba desesperado, sí que estaba molesto, Sheyla, al fin y al cabo, desde su cubículo de teleoperadora en Bangalore no tenía la culpa de la erupción del Eyjafjallajokull, pero en mi tarjeta de crédito ya aparecía el cargo de la operación de compra y cuando hice la compra se aseguraba la entrega en dos días. La gota que colmó el vaso llegó a las 14:45; yo le había dicho a Sheyla que la entrega debía de hacerse antes de las 15:00, quedaban quince minutos y la entrega no se había hecho. Así que volví a llamar a atención al cliente de Fedex, esta vez, se puso Cynthia, que muy amablemente me pidió el número de seguimiento cuando le pedí información sobre el estado del reparto de mi iPad. Cynthia, sin perturbarse ante mi reclamación por el no reparto antes de las 15:00, me dice que si no se entrega hoy se entregará el lunes. Le pido que se ponga en contacto con el repartidor (como si no supiera que eso es imposible, Cynthia está posiblemente en Jaipur, y desde allí no hay manera que ella sepa de mi paquete mucho más de lo que yo sé a través de la página web de Fedex), me dice que es imposible, que todas mis quejas quedan recogidas en el registro de incidencias, y que si el paquete no se entrega hoy, se entregaría el lunes.
Daba por hecho que ese fin de semana tampoco podría trastear con el nuevo cachivache (nótese que evito decir gadget, ya tengo bastante con usar iPad). El viernes por la tarde teníamos ensayo del coro de la ópera «La fille du regiment» de Donizetti, en el Conservatorio Superior de Música de Valencia, que, casual y afortunadamente está anejo al campus de Vera de la UPV. Justo en el momento que el director del coro hace un comentario a las féminas sobre la importancia de mover la lengua: «más lengua y menos boca»–dice, que resulta en un estruendoso barullo, mi teléfono móvil, que no había silenciado, suena estridentemente con un número que no tengo en la agenda. Es el repartidor de Fedex que está en el edificio 4E buscando dónde entregar un paquete dirigido a mi nombre. Le digo que no estoy en la UPV pero que puedo llegar al edificio 4E en menos de 10 minutos. El repartidor gentilmente accede a esperarse unos minutos y me avisa que la entrega lleva un gasto de aduanas de 25 euros. ¿Cómo?, ¿25 euros? la compra era gastos de aduana incluidos. Pero ¿qué son 25 euros después de la larga espera? Ya reclamaré el lunes y veré si me los reembolsan.
Para mis primeras impresiones sobre el iPad habrá que esperar a mi siguiente entrada.
Nuevo artículo en Computer & Geosciences: Steady-state Saturated Groundwater Flow Modeling with Full Tensor Conductivities Using Finite Differences
Tras arduas negociaciones, de nuevo, por los comentarios de uno de los revisores que aceptó inicialmente el artículo con revisiones pero que lo rechazo de plano tras hacer las correcciones que nos pidió, por fin, Computers & Geosciences ha aceptado publicar el segundo artículo de mis dos últimos alumnos de doctorado: Liangping Li y Haiyan Zhou. Seguro que no será el último. La versión definitiva del manuscrito puedes descargarla aquí, y el código numérico asociado con ejemplos aquí.
Liangping Li, Haiyan Zhou, J. Jaime Gómez-Hernández, Steady-state Saturated Groundwater Flow Modeling with Full Tensor Conductivities Using Finite Differences, aceptado para su publicación en Computer & Geosciences, 2010.
Pascuas 2010, bogavantes, gambas, alcachofas, sepia, castillos, volcanes y despedida
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Cuando mi padre iba a cumplir 40 años no dejaba de repetir el refrán aquél de que «de los 40 p’arriba no te mojes la barriga». Yo no acaba de entender el mensaje, que interpretaba literalmente, creyendo que mi padre no podría volver a bañarse en la playa a partir de aquel fatídico cumpleaños. El origen de aquel refrán se remonta a los tiempos en los que cumplir 40 suponía traspasar una barrera a partir de la cual era mejor cuidarse y evitar excesos como los de mojarse la barriga. Hoy, el refrán debería de reformularse, aumentando la edad a la que hace referencia y decir «de los 50 p’arriba no te mojes la barriga» (la rima, necesaria en todo buen refrán, sigue siendo válida).
El recuerdo de aquel refrán y el hecho de que este año yo cumpla los 50, me han permitido bromear con mis amigos de toda la vida (cuando se van a cumplir 50, los amigos de toda la vida, son amigos de muchos años, casi todos antiguos compañeros del entonces Instituto de Enseñanza Media de Requena, al que entramos hace 40 años allá por el año 1970) sobre la continuidad de mis labores de cocinero habitual en nuestras tradicionales reuniones de pascua (tanto el domingo de pascua de resurrección, es decir, el primer domingo después de la primera luna llena tras el equinoccio de primavera, como el domingo de la pascua de San Vicente).
En realidad todo empezó por mi interés, este año, de dejar constancia gráfica de una actividad que siempre comento con mis compañeros de la universidad y con mis amigos de Valencia, y que me parece que muchos todavía no se creen: el que todos los años, durante los últimos 20 años (con la excepción de las pascuas del año 2000) cocino uno, dos o tres arroces para una cantidad considerable de gente. En estos 20 últimos años hemos pasado de acudir como parejas recién casadas, a parejas con hijos pequeños, a parejas con hijos no tan pequeños, a parejas con padres. A la hora de comer el número de adultos siempre ha oscilado entre 20 y 30, mientras que el de niños ha llegado a igualar al de adultos, y hoy en día se limita a poco menos de la decena.
Reunidos el pasado domingo de resurrección, y dispuesto a dejar constancia gráfica del hecho culinario, se me ocurrió comentar que la razón de este interés por la fotografía era el tener un recuerdo de la que podría ser la última vez que cocinara en pascuas para mis amigos de toda la vida. La noticia fue recogida con cierto estupor, pero mi argumentación fue clara y contundente: considerando el nuevo refrán «de los 50 p’arriba no te mojes la barriga», quién sabe dónde podría estar o qué podría estar haciendo al año que viene por estas fechas con 50 años cumplidos.
Y así comenzó este reportaje fotográfico que adjunto en dos álbumes.
[nggallery id=10]Domingo, 4 de abril de 2010, en las proximidades de La Portera, arroz caldoso con bogavante para 32 personas, acompañado con 60 gambas rayadas de buen calibre para el aperitivo. El arroz caldoso lo preparé siguiendo las indicaciones de «el cocinero fiel» en su receta del mismo nombre. Cabe destacar los 7 bogavantes vivos que fueron seccionados longitudinalmente minutos antes de su utilización y cuyas colas mantenían el reflejo de ataque aún después de separadas de la cabeza. Calificación del experimento: 10 sobre 10. Es cierto que soy parcial, pero el único fallo que tuve es no hacer cuatro o cinco raciones más para los que quisieron, y no pudieron, repetir.
Acabada la comida, salimos a dar un paseo de casi 10 km por las inmediaciones de Cofrentes.
[iframe http://www.wikiloc.com/wikiloc/spatialArtifacts.do?event=view&id=825666&measures=off&title=off&near=off&images=off&maptype=S 500px 400px]Paseamos junto al río Cabriel aguas abajo de la central de Basta, cruzamos bajo el puente de la nueva variante de la N-331 a su paso por Cofrentes, y subimos al volcán de Agras donde encontramos un gigantesco pedrusco de origen incierto pero de características tan singulares como para poder distinguirse en la fotografía de satélite de Google (haz zoom en la imagen de arriba en el extremo más a la derecha del camino y podrás comprobarlo).
[nggallery id=11]Domingo, 11 de abril de 2010, en las proximidades de La Portera, arroz en paella con alcachofas y sepia para 24 personas. Arroz más modesto que el del domingo anterior pero no por ello menos sabroso. Durante su elaboración hice entrega de los utensilios de cocina al que se ha ofrecido como relevo para el año que viene, ya que yo seguí con la historia de mi posible retiro de los fogones tras traspasar la barrera de los 50. Calificación: 8 sobre 10. El arroz estaba muy bueno, pero no podía superar al del domingo anterior.
¿Qué pasará el año que viene? el próximo 24 de abril de 2011 (ya sabéis, el primer domingo después de la primera luna llena después del equinoccio de primavera de 2011) lo sabremos.
Carreras en vez de senderos
De réquiem a réquiem
Subida al Montgó por el Barranc de l’Hedra
El sábado subimos al Montgó por el Barranc de l’Hedra. No conocía la ruta pero pensé que al ser corta aunque fuera empinada sería asequible y del agrado de todo los participantes. El problema con los barrancos es que a medida que te acercas a su inicio se van haciendo más empinados y en algún momento parecía que estábamos trepando como cabras más que disfrutando de un sendero bucólico y pastoril.
El objetivo fundamental de esta salida era cantar la Cançoneta del Montgó cuando llegáramos a la cima, emulando el canto de la Nadala del Desert cuando subimos al Bartolo. En una de las paradas al salir del barranco y aprovechando la buena sonoridad que las paredes del barranco nos proporcionaban hicimos un primer ensayo. La canción no estaba todavía para grabar. Parece que hacían falta unos parciales.
Seguimos subiendo haciendo la Creueta de Dènia y aunque el terreno era menos empinado parece que alguien se había encargado de agujerear todas las piedras del camino para dificultar la marcha. Llegamos, con algunas bajas, a la Creueta y no pudimos cantar la Cançoneta por falta de efectivos.
A la vuelta y tras la comida, en el sendero de regreso y aprovechando la salida del sol, decidimos interpretar la Cançonceta del Montgó con desigual acierto.
Placebus en el Ciberpaís, hoy
Requiem de Cherubini en Do menor
El Coro de la Universidad Politécnica de Valencia interpretará el Requiem de Cherubini en Do menor acompañada al órgano por Arturo Barba y bajo la dirección de Jose Francisco Sánchez el próximo lunes 29 de marzo a las 20:30 en la Iglesia del Ángel Custodio de Valencia (esquina de la c/ Salamanca esquina con la c/ Reina Doña Germana) el próximo miércoles 31 de marzo, a las 21:00 en la Iglesia del Santa María del Mar (c/ Tribunal de les Aigües, 1)
(Fotos hechas en un cementario casi abandonado en Cantabria en julio de 2005)
Nuevo artículo en Computers & Geosciences: Three-dimensional hydraulic conductivity upscaling in groundwater modeling
Tras arduas negociaciones por los comentarios de uno de los revisores, por fin, Computers & Geosciences ha aceptado publicar el primer artículo de mis dos últimos alumnos de doctorado: Haiyan Zhou y Liangping Li. Seguro que no será el último. La versión definitiva del manuscrito puedes descargarla aquí, y el código numérico asociado con ejemplos aquí.
Haiyan Zhou, Liangping Li, J. Jaime Gómez-Hernández, Three-dimensional hydraulic conductivity upscaling in groundwater modeling, aceptado para su publicación en Computer & Geosciences, 2010.
El Canto de los Bosques o ¡qué vida la del cantante!
La semana pasada fue agotadora. Tras un mes de ensayos intensos preparando la obra «El Canto de los Bosques», op. 81 de Dimitri Shostakovich, nos dispusimos a las tres representaciones consecutivas que teníamos concertadas. El jueves en el Palau de la Música de Valencia, junto al Coro y la Orquesta del Conservatorio Profesional de Valencia. La única pega que le puedo poner a ese concierto fue la larga espera que tuvimos que hacer hasta que salimos a escena. Pero una vez ubicados, con una Palau de la Música a rebosar —hasta el punto de que el coro de niños, que generalmente se coloca en las traseras, tuvo que ubicarse de pie bajo el órgano y fuera de vista del público de platea— con una orquesta que sonó mucho mejor que en cualquier ensayo y con un director que prescindió de las partituras para concentrarse en la dirección, las sensaciones fueron excelentes y salvando los pequeños fallos que cabe esperar en artistas no profesionales, todos salimos satisfechos con el trabajo hecho.
El sábado, a las 17:30, ensayo general en Alcàsser con la Coral Polifónica d’Alcàsser y la Jove Orquestra Simfònica de l’Ateneu de Cullera y a las 20:00 concierto. Cambiaba el escenario, pero también nuestros compañeros músicos y cantantes. El concierto se enmarcaba dentro de los actos de celebración del cincuentenario de la creación de la Coral de Alcàsser. Cincuenta años, que se dice pronto, ¡y con alguno de los miembros fundadores todavía en activo! Tras el ensayo general y mientras esperábamos el comienzo del concierto, los componentes de la Coral de Alcàsser nos obsequiaron con un surtido de dulces caseros de los de chuparse los dedos, y que según me explicaron, son típicos de «la setmana de bous». Y comenzó el concierto. Butacas y pasillos del Centro Cultural estaban llenos. Y volvimos a interpretar este oratorio que le permitió a Shostakovich reencontrarse con el régimen soviético que le acusaba de no componer obras accesible al «pueblo». Preocupados por la sonoridad de la caja, al fondo de la cual se encontraba el coro, volvimos a cantar recordando la devastación de la foresta rusa para acabar con la fuga «Slava» llamando a la replantación de los bosques. Todos quedamos contentos del resultado. Nuestro director, a la sazón hijo de Alcàsser y director, también, de la Coral de Alcàsser, nos entregó, en nombre del Ayuntamiento, una placa reconociendo nuestra participación en el cincuentenario de la coral. Y Pascual Martínez, el director de la obra y vecino de Cullera se despidió diciendo «y mañana la apoteosis».
Porque el domingo, a las 12:00 de la mañana teníamos la tercera actuación, esta vez en la Casa de la Cultura de Cullera, casa también de la orquesta y en la que Pascual esperaba un final apoteósico. En el viaje desde Valencia se empezaba a notar un principio de nostalgia al pensar que ésta iba a ser la última interpretación de El Canto de los Bosques. Todos los ensayos, todos los sábados en el conservatorio, el trabajo con la orquesta hasta la medianoche, todo el esfuerzo hecho culminaba con este último concierto. Ya no había que reservar la voz para el próximo concierto, ya no había posibilidad de corregir ninguna entrada del coro; con el último Slava en fortísimo daríamos el carpetazo final a este proyecto. Y lo dimos. Lo dimos todo en este concierto para deleite del público, …, y nuestro.
Tengo que añadir que estos conciertos no se hubieran podido ofrecer sin la participación de dos solistas de lujo con los que tuvimos el honor de contar en las tres actuaciones: el barítono Sebastiá Peris y el tenor Jesús Navarro. Enhorabuena a ellos también.
¿Has oído hablar del ATC para residuos radioactivos?
El tema del almacenamiento de los residuos nucleares ha vuelto a saltar a la palestra tras la publicación en el BOE del pasado 29 de diciembre de la convocatoria dirigida a las administraciones locales para presentar candidaturas para albergar el Almacenamiento Temporal Centralizado (ATC) de residuos radioactivos de alta actividad. Para aquéllos de nosotros que llevamos décadas trabajando en la búsqueda de una solución al almacenamiento de estos residuos, ésta es una gran noticia. Para las propietarias de las centrales nucleares también, ya que éstas tiene un problema acuciante: ¿qué hacer con los residuos nucleares cuando las piscinas de almacenamiento se llenen? Por fin, España tendrá un almacén donde albergar los residuos generados por las centrales nucleares durante los próximos sesenta años, mientras se continúan las investigaciones y se toman las decisiones apropiadas que conduzcan al almacenamiento definitivo de los mismos. Han surgido voces contrarias a la construcción de este almacén que parecen implicar que la decisión de la implantación del mismo será impuesta desde el Gobierno. Nada más lejos de la realidad. Desde que en 2006 la Comisión Interministerial creada al efecto convocara un periodo de información sobre el proceso de selección, construcción y licenciamiento de una instalación de este tipo, no debe caber la menor duda de que este proceso está basado en tres pilares fundamentales: la voluntariedad, la transparencia y la información, como se explicará más adelante.
Salvado el escollo técnico —hay más de una docena de ATCs en funcionamiento en Europa y Norteamérica y disponemos de un diseño genérico de ATC ya aprobado por el Consejo de Seguridad Nuclear que usa como patrón el ATC holandés— nos quedaba el escollo sociopolítico. Tras cinco años trabajando para superar este escollo, desde que en diciembre de 2004 la Comisión de Industria del Congreso de los Diputados aprobara, con el acuerdo de todos los grupos políticos, una resolución para instar al Gobierno a desarrollar los criterios necesarios para la instalación de un ATC, el proceso continúa y en las próximas semanas se deben de recibir las candidaturas de los ayuntamientos que estén interesados en alojar el ATC.
El diseño del ATC realizado por ENRESA y aprobado por el Consejo de Seguridad Nuclear adopta la tecnología de bóveda de entre aquéllas adoptadas por los ATCs existentes. Ocupará una superficie de unas 20 ha, y estará compuesto por tres módulos: recepción, acondicionamiento y almacenaje. Los residuos serán almacenados en 240 tubos con el objetivo de enfriarlos por ventilación natural. El ATC podrá albergar 6700 toneladas de combustible, esta cifra es aproximadamente el doble de los residuos que se han generado ya y que están esperando destino en las piscinas de las centrales nucleares o en los almacenes temporales individualizados (ATI) para los casos de las centrales de Trillo y Garoña. Las características necesarias del emplazamiento para la construcción de un ATC son poco restrictivas; más allá de que sea un terreno aproximadamente llano y libre de riesgos, no hay restricciones en cuanto la meteorología, o al tipo de terreno, aunque se buscará una zona geológicamente estable, lejos de zonas de inundables, sin actividad tectónica o volcánica próxima, fuera de zonas naturales y sin que el emplazamiento pueda influenciar recursos naturales (como agua o minería) de interés estratégico. Pero, insisto, éstos son sólo algunos de los datos técnicos de una solución viable, segura y contrastada.
El problema de la elección de emplazamiento es más un problema de índole marcadamente social, cuya resolución reside en el cumplimiento de las tres premisas de voluntariedad, transparencia e información antes citadas. Voluntariedad porque el municipio en el que se decida construir el almacenamiento habrá evaluado los beneficios socioeconómicos de la construcción y operación del almacenamiento y habrá decidido en sesión plenaria de su corporación municipal el interés de albergar dicho almacén. Transparencia e información porque así se deriva de la puesta en marcha del proyecto COWAM España, liderado por la Asociación de Municipios en Áreas de Centrales Nucleares, que define una metodología para la búsqueda de emplazamientos sustentado en procesos de elaboración y toma de decisiones que sean democráticos, plurales y participativos. Cualquier ciudadano tiene acceso a la página web de la Comisión Interministerial para la selección del emplazamiento ATC donde podrá recabar la información relevante sobre las características del proyecto y desde donde a través de un sencillo formulario puede hacer las consultas que estime oportunas. Además, se crearán Comisiones Locales de Información, que se configurarán como la plataforma básica de participación, constituidas por representantes regionales, reguladores, entidades económicas regionales, sindicatos locales y representantes del público en general.
La construcción del ATC tendrá beneficios para el municipio que lo acoja. Beneficios derivados de la construcción del mismo (el presupuesto estimado es de 650 millones de euros y en su construcción participarán unos 500 trabajadores) de su operación (los costes de operación se estiman en 12 millones de euros anuales y dará trabajo a 150 personas) pero también de las asignaciones de ENRESA a los ayuntamientos en cuyo término municipal se ubiquen instalaciones como la del ATC. Pero los beneficios no serán sólo para el ayuntamiento, la comunidad científica dispondrá de un centro tecnológico donde se desarrolle investigación básica y aplicada orientada a la evaluación de nuevos procesos y materiales que mejoren la gestión de esos residuos, así como sistemas de tratamiento y reducción del volumen del combustible gastado, como la separación o la transmutación. Este centro tecnológico, de manera similar a cómo ya lo hace el Centro Tecnológico Mestral construido a la par que se desmanteló la central de Vandellós I, tendrá una intensa relación con su entorno inmediato, contará con una plantilla de 30 investigadores y supondrá una inversión de 50 millones de euros en su construcción y de unos 2’5 millones de euros anuales para su operación.
En definitiva, el anuncio por parte del Gobierno del comienzo de la última fase para la selección del emplazamiento del ATC debe de recibirse como una muy buena noticia. Su construcción resolverá temporalmente, como la propia denominación del almacenamiento indica, un problema importante. Durante los sesenta años de vida del ATC se dispondrá de un periodo razonable para buscar la solución definitiva a la gestión de los residuos radioactivos de alta actividad y para seguir de cerca los proyectos de aquéllos países que ya han optado por esa solución. Mientras tanto: bienvenido sea el ATC.
Las tesis de Jaime
Acabo de incluir una entrada con las tesinas de máster y las tesis doctorales que he dirigido. Se puede acceder desde la correspondiente pestaña más arriba, o puedes pinchar aquí. Para los más curiosos, y a efectos de archivo, también he incluido copias de mi tesina de máster y de mi tesis doctoral.