Maratones, cuatro maratones. Todas ellas en Valencia, todas ellas ya cumplidos los 50 años, cada una diferente a las anteriores. Este año tocó sufrir, y mucho. Pensaba que iba bien preparado, había hecho mis largos de más de 30 km las semanas previas, tenía una pauta de alimentación e hidratación clara, e iba a salir un poco más lento que el año anterior con el objetivo de repetir marca y evitar el temible muro, que el año pasado encontré en el km 37. Pero no fue así, en el km 30, tras pasar los carteles de ánimo que había junto a las torres de Quart, anunciando que «el muro no existe», «tú sí que puedes», me quedé sin fuerzas para seguir al ritmo que llevaba hasta ese momento; y en ese kilómetro comienza la única subida de la carrera, la de la avenida de Burjassot. Interminable. En realidad, aquí empezaba la carrera. Llegué a la atalaya de General Avilés, en el km 32, pensando en que los siguiente kilómetros son cuesta abajo, y diciéndome a mí mismo que solo quedaban 10 kilómetros y que había que ir uno detrás de otro. Sabía perfectamente lo que me esperaba, porque ya había sufrido en estos kilómetros con anterioridad: el puente del 9 de Octubre, el Hospital General, la avenida del Cid, Inma e Isabel esperándome en el cruce con Pérez Galdós para darme ánimos antes de los últimos 5 kilómetros, el paso sobre el túnel de Germanías, Xàtiva, Colón, la margen derecha del río y la llegada a meta. Fue una batalla mental, el hemisferio derecho del cerebro contra el izquierdo. Uno mandaba señales de «retírate», «¿para qué vas a seguir sufriendo una hora y media más?», «esta es la última maratón», mientras que el otro decía «adelante», «a partir de aquí todo es mental», «tú sí que puedes», «tienes que conseguir tu cuarta medalla», «Inma te espera en meta». Los últimos kilómetros son difíciles de describir, multitud de gente animando, jaleando tu nombre mientras ven tu cara de sufrimiento, aplausos, gritos, hasta que llegas al km 42 y giras a la izquierda para enfilar los últimos 200 m en la alfombra azul sobre el estanque del Príncipe Felipe. Es un momento muy emocionante, no te quedan fuerzas para nada más pero no te has dejado doblegar, notas la adrenalina y te llenas de satisfacción: han sido muchos meses entrenando con 12 últimos kilómetros muy difíciles. Y un poco más allá, Inma e Isabel esperándome.
Archivo por meses: noviembre 2015
La importancia de llamarse fluido (de perforación)
Una de las obras más famosas de Oscar Wilde lleva por título en español «La importancia de llamarse Ernesto», que no tiene nada que ver con el título original cuya traducción literal debería ser «La importancia de ser serio (earnest en inglés)». Aunque cabe notar que en inglés la palabra earnest y el nombre del protagonista Ernest tienen la misma pronunciación y Wilde juega con ese doble sentido; una traducción más apropiada podría haber sido «La importancia de ser Severo» jugando con el doble sentido de Severo como nombre propio y como nombre común indicativo de seriedad.
Parafraseando el título de la obra de Oscar Wilde aprovecho para presentaros la próxima charla que organiza el grupo de Hidrogeología del Instituto de Ingeniería del Agua y Medio Ambiente de la Universitat Politècnica de València que se impartirá el próximo jueves 12 de noviembre a las 12:00 en el salón de actos del edificio principal de la Escuela de Ingenieros de Caminos por Ronald B. Peterson, orador elegido por la National Groundwater Association de EE. UU. para la gira mundial de la McEllhiney Lecture in Water Well Technology. La charla se titula Drilling Fluids: A Common Sense Approach y un resumen de la misma puede consultarse en este enlace, del que destacamos el siguiente párrafo: Peterson’s lecture will provide you with the basics for the proper planning, implementation, and follow-through of a well-designed drilling program with the goal of providing the best seal possible during the final well construction.
Un resumen de la historia de la McEllhiney Lecture in Water Well Technology puede consultarse en este enlace.
Os esperamos. Entrada libre hasta completar aforo.