Nota del autor: Esta es la crónica de un viaje imaginario a las Islas Pitiusas, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
Cárdenas empieza a impacientarse tras revolver la maleta por segunda vez en busca de la cartera donde guarda el DNI y la tarjeta de crédito. La situación es tan surrealista como muchas de las vividas durante la última semana navegando alrededor de las islas Pitiusas: el coche detenido en la parada del autobús con el maletero abierto, una bolsa con víveres en el suelo junto a una maleta y una caja de cervezas, y allí está Cárdenas con una maleta abierta rebuscando afanosamente entre una ropa que había sido cuidadosamente plegada solo unos minutos antes, en busca del pantalón en el que supuestamente está la cartera. Tras convertir el orden en caos y cerciorarse de que el pantalón no está en la maleta, extrae una bolsa tras otra del maletero para desparramar sus contenidos sin conseguir encontrar el pantalón. Cárdenas recurre a su mujer, que esperaba paciente en el confort refrigerado en el interior del coche, y, a 35 grados centígrados, ayuda a Cárdenas en la búsqueda. Bolsa tras bolsa vuelven a ser escudriñadas hasta que en el fondo de la última bolsa posible aparece el pantalón, pero ninguno de los bolsillos contiene la cartera. La desesperación de Cárdenas aumenta, un sudor frío, que se evapora inmediatamente dadas las altas temperaturas del ambiente, corre por su cuello, su mujer se contagia del desasosiego, un conductor imprudente está a punto de arrollar a un padre e hijo ciclistas en un paso de cebra próximo, otro conductor temerario se incorpora al tráfico y casi arrolla una de las maletas que estaban en el suelo, sin duda alguna los elementos se están aliando en contra de Cárdenas. En el ambiente se masca la tragedia. En ese momento su mujer le pregunta si ha buscado la cartera en la mochila de dentro del coche, Cárdenas se abalanza al interior del habitáculo y a los pocos segundos se escucha: “Tio calent, deixa la xiqueta, tio calent”, señal inequívoca de que la cartera ha aparecido.
Con este (feliz) episodio acababa la semana de navegación en velero que, a bordo del Nuberu Dos, condujo a una embarazada (Cari) y su inquieto marido (Cárdenas Uno), un director de banco (Cárdenas Dos) y su querida mujer (Cori), una adicta al mareo (Curi) y su temerario marido (Cárdenas Tres) y un lobo de mar (el Capitán) desde la Manga del Mar Menor a Formentera, de Formentera a Ibiza y de Ibiza de vuelta a la Manga.
El lunes, entre bromas y veras, embarcábamos en el Nuberu Dos tras estibar víveres y equipaje. Todos estábamos dispuestos a pasar una semana inolvidable, pero ninguno se esperaba los acontecimientos que devendrían.
A las 15:30 horas y tras una primera toma de contacto con el velero en movimiento por el Mar Menor atravesamos el Canal del Estacio objetivo Formentera. El viento soplaba del Noreste a 15 nudos obligando a tomar rumbo Norte y navegar de ceñida haciendo bordos hacia nuestro destino. El malestar en las caras de algunos de los tripulantes apareció pronto, pero no era tan grande como para inducir al vómito. Mientras Cárdenas Uno decía “Esto se mueve mucho, ¿no?”, Cárdenas Tres le contestaba “Tienes que dejarte llevar” y el Capitán insistía “Las primeras cuatro horas debéis de evitar bajar a los camarotes”. Pasadas cuatro horas de navegación escorada, Cárdenas Uno, también apodado “Milhomes” y pensando que ya tenía superado eso de la navegación, decide bajar, en contra de la opinión del Capitán, al camarote a por una chaqueta. Cárdenas Uno no llega a dar un paso tras el último peldaño de la escalera y tiene que regresar a cubierta con la cara blanca de un muerto viviente. “El mareo se puede coger en dos segundos, y tarde en irse horas” apostilla el Capitán. Cárdenas Uno servirá de ejemplo al resto de la tripulación que evitará bajar a camarotes en las horas venideras. Mientras tanto el Capitán se encargará de bajar y rebuscar entre las pertenencias de la tripulación en busca de la chaqueta, o los calcetines, o la gorra, o la crema de protección solar. El Capitán también se ofrece a preparar unos sándwiches calientes de jamón y queso para confortar los estómagos. Pero las horas pasaban, la ingesta de líquidos aumentaba y las vejigas se hinchaban. Todos queríamos rehuir bajar a camarotes para aliviarnos. Los Cárdenas lo tenían más fácil: no apurarse, subirse al espejo de popa, desenfundar y miccionar directamente en la mar, pero ellas no se atrevían a hacer equilibrios en cuclillas y, a la vista de todos, imitar a los hombres. Imposible de aguantar más, Curi tiene que bajar al lavabo. Ya no sería la misma. A su regreso, y tras pelearse con las palancas de la bomba de achique del váter, su rostro ha demudado al blanco pálido de un espíritu de ultratumba. Curi pasaría las siguientes veinte horas vomitando repetidamente por la borda, sin ingesta de comida ni de bebida, y en su mayor parte en posición horizontal sobre la cama de su camarote. Su estado aparente hizo plantearse al Capitán una escala en puerto antes de iniciar el último bordo que nos llevaría de las inmediaciones de El Campello al sur de la isla de Formentera.
La noche se esperaba movida, el viento había caído pero la navegación seguía siendo de ceñida y los pantocazos resonaban en el interior del velero como si éste fuera a partirse en cualquier momento.
Tras las desafortunadas experiencias de Cárdenas Uno y Curi toda la tripulación se resistía a bajar a camarotes, con lo que la mayoría de ella se pertrechó de mantas y almohadas y se dispuso a dormir en cubierta.
El Capitán organizó turnos de vigía durante la travesía nocturna que le permitieran a él echar unas cabezadas, y poco antes de las 14:00 del martes fondeábamos en Formentera en Cala Saona, nuestro primer destino de la semana. El Capitán nos preparó un desayuno a la carta evitando que la tripulación tuviera que bajar a cocina, mientras Curi sólo deseaba desembarcar cuanto antes y sentir tierra firme bajo sus pies. Cárdenas Tres aprovechó para darse el primer chapuzón en las cristalinas aguas de Formentera, revisó la posición del ancla y se fue nadando hacia la orilla a la espera de los demás, que rehusaron ese primer baño ante la perspectiva de poder bañarse desde tierra.
Cala Saona estaba repleta de gente guay con cuerpos bronceados hablando en italiano. ¿En italiano? ¿Estábamos realmente en Formentera o habíamos alcanzado Cerdeña? Cárdenas Uno plantó la sombrilla (de estrene) y desplegó sus toallas ligeras (de estrene) rehuyendo quitarse la camiseta, mucho menos pensando en bañarse. La tripulación no tenía interés ni intención de regresar al velero a comer: querían comer sobre mesa firme. Rápidamente Cárdenas Uno negoció una mesa de seis para siete en el restaurante Sol y allí nos sentamos dispuestos a degustar los placeres de la mesa ofiusina y a ser convenientes “clavados”. La comida fue agradable y gustosa, pero el momento álgido vendría a los postres cuando nos percatamos que detrás nuestro estaban Gil Marín, colgado del móvil y con barba de tres días, Gonzalo Miró luciendo “tableta de chocolate”, y un poco más allá, Cárdenas el auténtico, el Cárdenas que alcanzara el estrellato entrevistando a los individuos más estrambóticos del territorio patrio incluidos Carlos Jesús, Carmen de Mairena, Poz Sí, Paco Porras y tantos otros. A partir de ese momento la travesía tomaría tintes oníricos con momentos desapegados de la realidad que rozarán la locura como cuando el Capitán perplejo no puede entender la increpación de Cárdenas Uno imitando a Carmen de Mairena que le dice a Cárdenas Tres: “Cárdenas, me pica la polla”.
Los camareros se fotografían con Gonzalo Miró, los comensales de la mesa de al lado se fotografían, repetidamente, con Gonzalo Miró, las chicas de Cárdenas (el auténtico) se fotografían con Gonzalo Miró, y Curi no puede aguantar más, se atusa el pelo, se arregla el pareo y allá se va a pedirle a Gonzalo que le permita fotografiarse, para la posteridad, con él, inconsciente de que la etiqueta del pareo sobresale prominentemente por debajo de su barbilla y resalta en demasía en la foto final.
Cárdenas Uno se retuerce en la mesa, él quiere una foto con Cárdenas (el auténtico), pero el auténtico está demasiado ocupado entreteniendo al cortejo de amistades con los que comparte mesa. Cárdenas Uno no quiere repetir su experiencia neoyorquina cuando se encontró a Buenafuente y le espetó: “Hombre, ¿qué tal Buenafuente?” como si se conocieran desde la niñez y Buenafuente rehusó fotografiarse a su lado. No sabe cómo hacerlo para que Cárdenas (el auténtico) acceda a fotografiarse con él. El tiempo pasa, la cuenta (con forma de sable) llega, hay que irse, es ahora o nunca. Cárdenas Uno piensa cómo va a dirigirse a Cárdenas (el auténtico) y qué le va a decir, se levanta decidido, se acerca a la mesa y le pide una foto. Cárdenas (el auténtico) sonríe ufano y accede. Mientras se preparan para la foto, Cárdenas Uno le narra a Cárdenas (el auténtico) que está con su mujer, que está embarazada, que ella también quiere hacerse una foto con él, que qué bueno era el chiste de “… 14 maricones y tú 15”; la verborrea de Cárdenas Uno está desbocada mientras posa para la foto y gesticula a su mujer para que se acerque y se inmortalice junto a Cárdenas (el auténtico) también. Al final, el auténtico Cárdenas se fotografía con Cárdenas Uno, Cárdenas Tres, y las mujeres de ambos.
Esa tarde nos desplazaríamos hasta la isla de Espalmadors al norte de Formentera para fondear en S’Alga y pasar la noche. El Capitán nos prepara unas pizzas y se compromete en cocinarnos una tortilla de patata y cebolla al día siguiente. El velero está protegido de todos los vientos y la noche discurre con una calma que permite a la tripulación dormir placenteramente.
Temprano, a las 8:00 del miércoles, Cárdenas Tres se despierta con intención de sustituir la ducha por un baño en las tranquilas aguas de S’Alga. El sol acaba de elevarse sobre el horizonte, no se observa ninguna actividad en la cincuentena de barcos que están fondeados en la cala, no hay nadie en la playa. Cárdenas Tres decide acercarse hasta la playa nadando. Al llegar a la orilla un centenar de gaviotas remontan el vuelo asustadas por Cárdenas Tres al incorporarse y avanzar caminando hacia la orilla. La playa está desierta, la mar tranquila, el Sol todavía tímido. Es realmente un lugar paradisíaco del que, en esos momentos, sólo disfruta Cárdenas Tres. Éste se pasea por la orilla y pierde la referencia del Nuberu Dos, se alarma hasta que finalmente el verde fosforescente de la toalla ligera de Cárdenas Uno colgando del candelero anuncia la posición del Nuberu. Cárdenas Tres regresa nadando al velero cuando empiezan a aparecer los primeros visitantes de la playa.
Tras un frugal almuerzo, la tripulación se desplaza a tierra, el Capitán insiste en que todos debemos de atravesar el paso Es Trocadors que separa Espalmadors de Formentera donde las olas del Este y del Oeste rompen unas contra otras. El Capitán, consciente de que el poco ejercicio que hace en el barco y el buen yantar que le acompaña está incrementando su cintura, propone una carrera por la orilla de la playa. Cárdenas Tres acepta el reto y allá se van playa arriba y abajo, hasta tres veces, completando algo más de 4 kilómetros en menos de 25 minutos. Cuando acaban de correr el resto de la tripulación espera en Es Trocadors dispuesta a atravesar el paso. Nos cruzamos con decenas de italianos que nos interrogan preocupados por la posibilidad (o no) de poder cruzar el paso de vuelta si el nivel del mar aumenta.
Ya de regreso en la playa nos encontramos con el Capitán que había ido y vuelto al velero y que nos había traído unas bebidas frescas y un bol con fruta cortada. ¡Qué capitán más gentil! Llegado el momento de regresar al velero Cárdenas Tres propone a Cárdenas Uno la vuelta a nado. Cada uno a su estilo y siempre escoltados por la lancha motora que transporta al resto de la tripulación los dos Cárdenas consiguen regresar al barco, pero, ¡oh, desgracia! Cárdenas Uno sube al barco con el rostro pálido y sensación de mareo. Cárdenas Uno, también conocido como “Milhomes” ha vuelto a caer y pasa las siguientes dos horas en un lamentable estado. Levamos anclas y nos desplazamos a Es Pujols con el objeto de bajar a tierra y comprar algunos víveres. Cárdenas “Milhomes” permanece en el barco y el resto de la tripulación se da un paseo por Es Pujols mientras el Capitán compra víveres para cocinar una tortilla de patatas y un “risotto” de verduras para el día siguiente. A la vuelta, encontramos a Cárdenas Uno inquieto, el capitán de otro barco se había acercado para preguntarle qué profundidad de fondeo había y advertirle que esta noche el viento sería del sur. Lo del “viento del sur” lo dejó claramente preocupado, y así se lo transmitió al Capitán. Éste le dice que no dé crédito a cualquiera que se acerque en una lancha. El Capitán se dispone a empezar la preparación de la tortilla cuando se da cuenta de que no ha comprado huevos. Tiene que regresar a puerto, compra los huevos, y a pocos metros de llegar de vuelta al barco se da cuenta de que tampoco tiene aceite, con lo que vuelta a puerto otra vez. Entretanto Cárdenas Tres ya ha pelado y cortado las patatas.
Esa noche el Capitán estaba especialmente amoroso. Ya nos había hecho notar su enamoramiento en las repetidas llamadas a su novia embarazada que lo espera en Albacete. En ese sentido nuestro capitán era la antítesis del marino con una novia en cada puerto, él estaba enamorado hasta la médula de su chica, a la que piropeaba y lisonjeaba en cada llamada, y no quería (no podía) pensar en ninguna otra. Su novia está embarazada y cual si fuera un antojo, cuando el Capitán le informó de que iba a cocinar una tortilla de patatas esa noche, le dijo que ella también quería comer de esa tortilla de patatas. El único sucedáneo posible fue una foto del Capitán mostrando a la tripulación desde la escotilla la tortilla recién cocinada, foto que le enviamos por el teléfono móvil.
Aquella noche también fue tranquila. La cala estaba bien protegida de los vientos de la noche y todos dormimos plácidamente.
El jueves a las 8:00 de la mañana, Cárdenas Tres volvió a levantarse con intención de darse un remojón tempranero y aprovechó para comprobar que los peces coprófagos no han abandonado las aguas Pitiusas. Tras el almuerzo, todos regresamos a Es Pujols para que Cárdenas “Milhomes” pudiera conocer el sitio y para que las chicas aconsejaran al Capitán qué comprarle a su novia con la que se reuniría en domingo. De vuelta al barco y conocida la previsión del tiempo para las próximas horas nos desplazamos a Ibiza con rumbo a Cala Llonga. Llegamos a Cala Llonga y mientras el Capitán nos prepara el “risotto» prometido, la tripulación nos damos una vuelta por la playa de Cala Llonga para comprobar el desmán urbanístico que ha convertido lo que debió ser una cala idílica en un conglomerado de edificios para uso y disfrute de italianos. Una parada en el supermercado nos confirma nuestras sospechas al sorprenderse al ver a unos españoles comprando.
El fondeo del jueves por la noche se presenta problemático. La tripulación quiere visitar Ibiza, el Capitán alerta que la única cala donde se puede fondear es Cala Talamanca conocida por su incomodidad ya que se cruzan la dirección del viento con la del mar de fondo, haciendo que incluso con poco viento el barco pueda escorar fácilmente hasta 30 grados a babor y estribor. Parte de la tripulación ya había experimentado estos movimientos el año anterior y no quería volver a experimentarlos este año bajo ningún concepto. Pero el Capitán era claro, si fondeamos en Cala Talamanca, él no iba a mover el velero a otra cala a las 2:00 de la mañana sólo porque el bamboleo del barco fuera inaceptable. Llegamos a Cala Talamanca a la puesta de sol y el Capitán tiene un pequeño incidente con el capitán de otro velero en la búsqueda del mejor sitio dónde fondear. Parece que la mar está calma, hay poco viento y no hay mar de fondo. Bajamos a la playa en dos lanchas neumáticas, la propia del barco y otra que había traído Cárdenas Dos. Buscamos donde desembarcar, operación dificultosa dado el número de lanchas que ya había en la orilla, y como si de un mal presagio se tratara, el motor de la lancha de Cárdenas Dos se engancha en un cabo de otra lancha que estaba amarrada. No hay desperfectos, sólo un pequeño susto.
La noche ibicenca está en ebullición. Hay gente guapa (y no tan guapa) por todas partes. Los yates de la Marina de Ibiza impresionan. Los locales están abarrotados. Las “drag queen” toman el paseo mientras intentamos encontrar dónde cenar. Finalmente recalamos en un local atendido por una brasileña de Salvador de Bahía con la que el Capitán entabla conversación durante la espera. La comida es aceptable aunque los platos desaparecen de la mesa a una velocidad de vértigo. Cárdenas Uno y Cárdenas Tres descubren que ambos “parlen valencià pels colces” y deciden, a partir de ese momento, cambiar su forma de comunicación. En el caso de Cárdenas Uno, el habla en valenciano va asociado a un cambio de entonación similar al de Carlos Jesús cuando se transforma en Micael, fenómeno provocado, sin duda alguna, por el encuentro con Cárdenas el auténtico.
El ambiente se va animando por momentos. Las cervezas, las copas de vino, los chupitos ingeridos inducen una euforia contagiosa a la que se une el Capitán, contento porque el cocinero del restaurante donde hemos cenado tenía un cargador compatible con su teléfono móvil y esta noche podría volver a llamar a su “pichoncito”.
Al regresar donde habíamos dejado las lanchas, descubrimos, con desagrado, que algún desaprensivo había robado el tapón de la gasolina del motor fuera borda de Cárdenas Dos. Inicialmente pensamos que habrían robado también la gasolina, pero no, debió de ser algún descerebrado que habría perdido su tapón y no encontró mejor solución que afanársela al primer motor a su alcance. El incidente aparte de la incomodidad de tener que encontrar un tapón de repuesto tendrá consecuencias más graves al día siguiente.
A la vuelta al barco, el viento sigue flojo, pero la mar de fondo ha aumentado. Las luces de fondeo de los barcos de las inmediaciones oscilan en un arco de más/menos 25 grados haciéndonos presagiar una noche movida, en el sentido literal de la palabra.
El Capitán, que el día del embarque recibió con alegría la botella de Macallan que trajo Cárdenas Uno y a la que éste sólo pudo darle un sorbo, decide hacerse un último chupito de güisqui antes de retirarse a su camarote. La tripulación se retira, excepto Cori que recuerda cómo fue de movida una noche similar del año pasado en esa misma cala. El Capitán nota la cara de preocupación de Cori y le asegura que esta noche ella va a dormir plácidamente. Desde los camarotes se oyen las risas y el movimiento en cubierta, tambuchos que se abren y cierran, el cabrestante que se acciona. En cubierta, el Capitán, ayudado por Cárdenas Dos en la logística, ha decidido tirar un ancla por popa con el barco aproado al mar de fondo y así reducir el vaivén. La operación, según relataron Cárdenas Dos y el Capitán, tuvo sus momentos de hilaridad ante la dificultad de colocar el barco con proa a la mar y lanzar el ancla antes de que se aproara al viento. El buen rollo que se respiraba en el barco, el Macallan que no probó Cárdenas Uno, y la pericia de nuestro capitán fueron primordiales para el éxito de la operación y la (relativa) tranquilidad de la noche.
Aún con el barco sujeto por dos anclas, la noche fue movida (podía haber sido peor) y la mayor parte de la tripulación decide que el viernes sea un día terráqueo, es decir con predominancia del tiempo en tierra. Cárdenas Tres y Curi permanecen a bordo mientras el resto planea un día de compras por Ibiza, seguido de comida y posterior desplazamiento por taxi hasta Cala Jondal, hasta donde el Capitán gobernará el velero mientras tanto. Algunos de los tripulantes que bajan a tierra sufren en sus carnes el “mal de tierra”, tras haberse acostumbrado a los vaivenes del barco, la vuelta a terreno firme produce un movimiento ficticio del entorno que induce al mareo como si todavía se estuviera a bordo.
En el velero es el momento de recoger el motor de la lancha de Cárdenas Dos, el Capitán la desmonta, se la pasa a Cárdenas Tres, la lancha se separa un metro de la popa del barco, el motor pierde la verticalidad tan inoportunamente que la gasolina se derrama por el orificio donde estaba el tapón encima de las partes nobles del Capitán. Al principio éste no nota nada, pero pasados unos segundos, el Capitán da muestras inequívocas de sufrimiento: la gasolina le provoca un quemazón insoportable en los testículos, ni el agua de mar, ni el jabón lo alivian, el Capitán se retuerce de dolor, Cárdenas Tres encuentra una crema hidratante que el Capitán se aplica en gran cantidad, y tras unos minutos de máxima tensión, el Capitán recupera su buen estado de ánimo y narra lo dolorosa que ha sido la experiencia. ¡Maldito el que se llevó el tapón la noche anterior!
Recuperado el Capitán, Cárdenas Tres y Curi disfrutan del velero para ellos solos en la travesía desde Cala Talamanca a la cala de Ses Salines, donde fondean para comer, para después proseguir a Cala Jondal donde se reunirían con el resto.
La tripulación que había bajado a tierra tenía que comprar los víveres que nos permitirían acabar la travesía de retorno al Mar Menor. Su llegada en taxi a Cala Jondal, cargados de bolsas de Spar, es épica: tienen que atravesar una multitud de guaperas que estaban en “Blue Marlin” (una de los chiringuitos de moda de la isla) moviendo el esqueleto al son de una música repetitiva e hipnótica. Cárdenas Uno no se inmuta y transporta los víveres hasta el barco.
Esa tarde, Cárdenas Tres, el Temerario, alentado por el Capitán decide probar qué se siente al hacer submarinismo. El Capitán lleva una botella de aire comprimido a la que puede acoplar dos reguladores para que Cárdenas Tres pueda experimentar, por primera vez, cómo respirar bajo el agua. Cárdenas Tres se lanza, sufre hasta que entiende cómo usar el regulador, y sin plomos que le ayuden a sumergirse, se agarra al Capitán y bucea bajo el barco a lo largo de su crujía. El único problema que tiene Cárdenas Tres es la compensación de la presión en los oídos que no consigue dominar y que le obliga a regresar a la superficie. Una última inmersión para recuperar una cubitera que hay en el fondo junto al ancla concluye la experiencia de Cárdenas Tres que añade una nueva sensación a su bagaje.
Esa noche bajamos a cenar al restaurante Yemanja que hay junto a Blue Marlin. Las lanchas motoras afluían desde los yates de lujo que habían fondeado a nuestro alrededor hasta el desembarcadero privado del restaurante. Aunque no teníamos reserva conseguimos sentarnos y disfrutamos de una copiosa cena a precio ibicenco.
Acabada la cena, visitado Blue Marlin, que a aquellas horas todavía estaba muy apagado, y mientras esperan al Capitán que los recoja en la lancha para regresar al barco, Cárdenas Uno recuerda que entre los víveres aportados había provisión para preparar media docena de “gin tonics” diarios de los que se habían preparado uno o ninguno. Es la última noche que pasaremos fondeados y tenemos que aprovechar nuestras provisiones. Al regreso al barco, con una mar plano como un plato, sobre la que se refleja una luna casi llena, Cárdenas Uno prepara unos “gin tonics” y la tripulación se queda en cubierta charlando. Es la noche en la que nos enteraremos cómo se conoció cada pareja, la historia de la cabeza que sobresalía del 4L y el motorista, la historia de la discoteca que ofrece chocolate con magdalenas a sus clientes, la historia de las fiestas de hombres necesitados de mujeres… Las tres son parejas longevas que empezaron jóvenes.
El sábado es el último día en Ibiza, Cárdenas Tres se levanta el primero para darse su chapuzón matinal y alimentar a los peces coprófagos, mientras el resto de tripulación va apareciendo poco a poco. Todos han dormido como en casa, la mar ha estado tranquila, sin ola alguna durante toda la noche, y todavía sigue así. Baños en la popa del barco, incluida caída de Cárdenas Uno con camiseta y galletas incluidas. El Capitán bucea con su botella en las proximidades de las paredes rocosas de la cala a la búsqueda de meros, morenas y pulpos. El viaje se está acabando ahora que ya todo el mundo se ha acostumbrado a la vida a bordo. A las 13:00 levamos anclas y comenzamos la travesía de vuelta. Aunque la previsión es de vientos de fuerza 5 en el Canal de Ibiza, los vientos nunca aparecen y la travesía casi al completo hay que realizarla a motor, con la mayor izada para estabilizar el velero. ¡Qué diferencia con la travesía de ida! cuando casi toda la tripulación sufrió los efectos del mareo. El mar está tranquilo, el poco viento es de través, y los delfines aparecen cuando Es Vedrà está desapareciendo por popa y el Montgó ya puede adivinarse por estribor. ¡Qué espectáculo el de los delfines! Una docena de delfines nos acompaña por proa por un periodo de más de treinta minutos mientras vemos pasar la manada por babor. Un delfín exhibicionista decide dar unos saltos con caída sobre su lomo, una, dos, tres, y hasta cuatro veces. El viento ha caído, el velero navega a sólo 2 nudos y el Capitán decide darse un chapuzón por popa asido de un cabo. Cárdenas Tres, el Temerario, no puede resistirse y lo imita.
Quedan unas doce horas para llegar a puerto. El Sol se pone, Venus aparece y se pone por el Oeste, Júpiter sale por el Este, la Luna llena nos ilumina y a la vez impide disfrutar del cielo estrellado. En el horizonte aparecen y desaparecen las luces de tope de otros barcos que se cruzan con nosotros. La noche transcurre tranquila. Llegamos a la Manga mucho antes de lo esperado y fondeamos en las inmediaciones del Puente del Estacio a esperar a la primera apertura a las 9:00.
Entramos en el Mar Menor, damos un pequeño paseo por el mismo aproximándonos a la isla Perdiguera donde el velero queda quieto sin necesidad de echar el ancla, el viento es nulo. Aprovechamos para acabar con los víveres que nos quedan y hacer un buen almuerzo que nos permita regresar a Valencia sin necesidad de parar a comer.
Atracamos en puerto, recogemos nuestros efectos personales. Es el momento de las despedidas, del intercambio de teléfonos. El Capitán queda comprometido en que llamará a Cárdenas Tres si tiene que llevar algún barco a través del Atlántico. Todos estamos dispuestos a repetir. La experiencia, al final, ha sido muy gratificante. Atrás quedan los mareos, la ropa que nunca nos pusimos, los “gin tonics” que nunca nos bebimos, el Macallan que Cárdenas Uno nunca disfrutó, los víveres que nunca nos comimos. A Valencia sólo nos llevamos los buenos recuerdos de una semana de travesía entre amigos.
Subimos al coche, emprendemos viaje hacia Valencia cuando de repente Cárdenas Uno pregunta: “¿Podemos parar que compruebe que llevo la cartera en el pantalón que está en la maleta?”