El pasado miércoles 14 de abril, pocas horas antes de que Apple anunciara que la distribución de los iPads fuera de los EE.UU. se iba a retrasar hasta finales de mayo, encargué un iPad a través del sitio de internet DontRetail.com, a las pocas horas me llegó la confirmación de que el pedido con número 562 había sido recogido por Fedex y que estaba de camino a Newark para su clasificación y despacho. Y muy poco después recibí un mensaje de Fedex indicando que el paquete ya había sido librado en Newark y que salía rumbo a su destino: entrega estimada el viernes 16 de abril antes de las 20:00h. Empezaba la cuenta atrás. Lo que yo no contaba era con la inoportuna intervención de las fuerzas de la naturaleza.
Al día siguiente en DontRetail.com ya no quedan iPads, la noticia de su retraso en la distribución fuera de América había hecho que los impacientes tecnoadictos que esperaban tener uno en sus manos en pocos días se lanzaran a la compra de los pocos que quedaban a la venta en lugares como DontRetail. Yo me frotaba las manos pensando que ese fin de semana podría tener uno en mis manos, cuando a un tal volcán Eyjafjallajokull, de impronunciable nombre y origen islandés, decidiera ponerse en erupción lanzando al aire una nube de cenizas que rápidamente se propagó por todo el noreste de Europa, desde Noruega hasta Rumania, pasando, entre otros, por el Reino Unido, Francia y Alemania y que, según los expertos, impedía el vuelo de los aviones. El resultado: la página web de Fedex empezó a informar de un retraso en el envío, primero de un día, luego de dos, hasta quedar en indefinido. No fue hasta el miércoles siguiente a la compra (y a la erupción del volcán), tras el comienzo de la reapertura de los espacios aéreos, que Fedex cambió su informe para indicar que el paquete ya había llegado a París y que desde allí se despachaba hacia España: entrega estimada, jueves 22.
Faltaba por sortear el problema de la entrega en la UPV. La Universidad Politécnica de Valencia, es una pequeña ciudad en la que todos los días nos concentramos entre alumnos, profesores y personal de administración y servicios más de treinta mil personas. Y aunque tiene un sistema de numeración de edificios que permite identificarlos, una historia es llegar al edificio 4E, después de encontrar un mapa de localización, y otra, muy diferente, es localizar la escuela, el departamento, y que haya alguien capaz de recepcionar el pedido. (Nótese que he evitado decir que el sistema de numeración permita identificar los edificios fácilmente, y que no he utilizado el edificio en el que está mi despacho, el 8G, la Ciudad Politécnica de la Innovación, como punto de entrega, porque en este edificio es imposible la localización de nadie, ni siquiera después de haber visitado personalmente el lugar de despacho.)
Mis peores expectativas se cumplieron. El paquete llegó el jueves y se intentó su entrega a las 16:17 según reza en la página web de Fedex. El intento no sé en qué consistió porque en la secretaría del departamento (lugar indicado para la entrega en la dirección postal) no había constancia de que dicha entrega se hubiera intentado. Puesto al habla con atención al cliente (¿desde algún punto en Bangalore, India?) Sheyla me informa que el paquete será entregado el viernes, intento convencer a Sheyla que haga constar que el paquete debe de ser entregado por la mañana, sin éxito. Sheyla mientras tanto me pide que corrobore la dirección, yo no había caído que «Esc. de Caminos» se podía interpretar como «Escalera de Caminos» (¿dónde estará la escalera de caminos en la UPV?) y que el pedido venía desde EE.UU. donde las marcas diacríticas son como manchas en la escritura, así que «Dep. de Hidráulica» aparecía como «Dep. de Hidr ul», faltaban las últimas letras porque no cabían en la etiqueta y faltaba la á. En ese momento Sheyla estaba convencida de que la razón del fallo en la entrega habían sido los errores en la dirección. Fue entonces cuando previendo que el paquete tampoco se iba a entregar el viernes empecé a maldecir en islandés y Sheyla, que no me entendía, me dio los buenos días y me agradeció que usara los servicios de Fedex. Eran las 8:00 de la mañana del viernes, teóricamente el paquete no había sido vuelto a recoger de las instalaciones de Fedex en Ribarroja del Turia, y yo confiaba que la información precisa del punto de entrega que le había transmitido a Sheyla, incluido mi número de teléfono móvil, se adjuntara al paquete y éste llegara a mi poder esa mañana.
«El que espera, desespera», dice el refrán, y, aunque no estaba desesperado, sí que estaba molesto, Sheyla, al fin y al cabo, desde su cubículo de teleoperadora en Bangalore no tenía la culpa de la erupción del Eyjafjallajokull, pero en mi tarjeta de crédito ya aparecía el cargo de la operación de compra y cuando hice la compra se aseguraba la entrega en dos días. La gota que colmó el vaso llegó a las 14:45; yo le había dicho a Sheyla que la entrega debía de hacerse antes de las 15:00, quedaban quince minutos y la entrega no se había hecho. Así que volví a llamar a atención al cliente de Fedex, esta vez, se puso Cynthia, que muy amablemente me pidió el número de seguimiento cuando le pedí información sobre el estado del reparto de mi iPad. Cynthia, sin perturbarse ante mi reclamación por el no reparto antes de las 15:00, me dice que si no se entrega hoy se entregará el lunes. Le pido que se ponga en contacto con el repartidor (como si no supiera que eso es imposible, Cynthia está posiblemente en Jaipur, y desde allí no hay manera que ella sepa de mi paquete mucho más de lo que yo sé a través de la página web de Fedex), me dice que es imposible, que todas mis quejas quedan recogidas en el registro de incidencias, y que si el paquete no se entrega hoy, se entregaría el lunes.
Daba por hecho que ese fin de semana tampoco podría trastear con el nuevo cachivache (nótese que evito decir gadget, ya tengo bastante con usar iPad). El viernes por la tarde teníamos ensayo del coro de la ópera «La fille du regiment» de Donizetti, en el Conservatorio Superior de Música de Valencia, que, casual y afortunadamente está anejo al campus de Vera de la UPV. Justo en el momento que el director del coro hace un comentario a las féminas sobre la importancia de mover la lengua: «más lengua y menos boca»–dice, que resulta en un estruendoso barullo, mi teléfono móvil, que no había silenciado, suena estridentemente con un número que no tengo en la agenda. Es el repartidor de Fedex que está en el edificio 4E buscando dónde entregar un paquete dirigido a mi nombre. Le digo que no estoy en la UPV pero que puedo llegar al edificio 4E en menos de 10 minutos. El repartidor gentilmente accede a esperarse unos minutos y me avisa que la entrega lleva un gasto de aduanas de 25 euros. ¿Cómo?, ¿25 euros? la compra era gastos de aduana incluidos. Pero ¿qué son 25 euros después de la larga espera? Ya reclamaré el lunes y veré si me los reembolsan.
Para mis primeras impresiones sobre el iPad habrá que esperar a mi siguiente entrada.
No hay nada mejor que la larga espera para desear algo, así que imagino que lo disfrutarás todavía más 😉
Bueno, esperaremos nosotros tus impresiones en la siguiente entrada, si el Eyjafjallajokull nos lo permite.
¿Qué tal la ópera?