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¡Ya soy maratoniano!

Este ha sido uno de esos logros inesperados. Jamás me había planteado la posibilidad de correr 42,195 km para emular, como dice la leyenda, la carrera que hizo Filípides hasta Atenas para anunciar la victoria sobre los persas en la batalla de Maratón. De hecho, cuando en febrero de 2010 acudí a ver la maratón de Valencia yo solo había corrido alguna carrera popular de 5 km, con gran padecimiento y esfuerzo, y me parecía que lo de correr una maratón era algo de superhombres. Admiré a todos los corredores que pasaron, los vi contentos por el km 20, con semblante serio por el km 30, y sufriendo en el km 40. Y me produjeron tremendo respeto y gran envidia. En septiembre del año pasado, cuando ya había conseguido correr algún fondo de 10 km, me propuse prepararme para la media maratón de Valencia, entrené y conseguí correr la media maratón en algo más de 2 horas. Al acabar me sentía todavía con fuerzas y me pasó por la cabeza, ¿qué se sentirá al llegar a este punto y pensar que hay que correr todavía otra media maratón?

Allá por marzo me crucé con el entrenador de la UPV y me preguntó si me animaba a entrenarme para la maratón. Me picaba la curiosidad y representaba, claramente, un nuevo reto. Me animé y me inscribí en el plan de entrenamiento con el único objetivo de acabarla, sin pensar en tiempos ni marcas.

En junio empezábamos a entrenar, y desde entonces han sido muchas horas, más de 1200 km, y algunos kilos de peso perdidos por el camino. A medida que se iba acercando el día, me encontraba cada vez más animado y veía que no solo iba a poder acabar la carrera sino que podía intentar hacerla en menos de 4 horas. Corrí tres medias maratones como parte del entrenamiento, en las que fui mejorando desde 1h56m la primera hasta 1h46m la última. Entonces me di cuenta que la cuestión no sería si acabaría la carrera, si no en cuanto la acabaría. La única duda estaba en que el 27 de noviembre sería la primera vez que correría la distancia de 42,195 km y desconocía qué sensaciones encontraría en los últimos kilómetros de la carrera.

El 27 de noviembre, después de una semana cargando carbohidratos, me levanto a las 6:00 para meterme un desayuno entre pecho y espalda como no suelo hacer nunca. Me siento lleno, pero confío que la ingesta sea suficiente para permitirme correr la carrera sin comer nada más. A las 8:15 llego al punto donde habíamos quedado Miguel, Chimo, Jose Luis, Joseph, Ricardo, Alfredo, Vicente, Amador, Edgar –los compañeros de entrenamiento de los fines de semana de los últimos tres meses. A las 8:30 nos dirigimos hacia los cajones de salida. Entramos en el cajón que nos habían asignado y me quedo solo con Fernando y Amador. Faltan 30 minutos para la salida y les comento mi plan de carrera: objetivo 3h50m, saliendo a 5’40″/km los primeros 10 km y acelerando progresivamente para llegar a meta a 5’20″/km. Fernando y Amador me comentan que es un plan demasado ambicioso, que debíamos de salir para hacer 4h a una media de 5’40″/km.

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Son las 9:00 cuando comienza la salida y una pequeña mascletà anuncia el inicio de la 31 maratón de Valencia. Con anticipación, había imprimido unos mapas con los tiempos de paso previstos por los hitos kilométricos del recorrido, y se los había pasado a los amigos. En el km 7 veo a Ximo y lo saludo brazo en alto, ya en los kilómetros iniciales había visto otros conocidos y a todos los saludaba eufórico, hoy iba a ser un gran día. En el km 9 me encuentro a Carlos Gracia, que con 68 años, corría su enésimo maratón (el último me había dicho, como dice todos los años). En el km 10, Jesús, que tuvo que dejar de entrenar por lesión y ha venido a darnos ánimos, me grita desde un lateral, en el km 13 vuelve a aparecer Jesús, en el km 15 me encuentro con Cárdenas, Juanma y Curro, a quienes ya sabía que iba a ver a esa altura del recorrido. Quince kilómetros, 1h26m, y todavía estamos calentando.

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Juanma nos adelante en bicicleta, le pido que nos traiga un Powerade que tenía preparado Cárdenas. Se vuelve a por el Powerade y no nos alcanza hasta el km 17. Vamos lanzados. Vamos de subida. Pasamos por el Bioparc, cruzamos la avenida del Cid y la marca de la media maratón 1h59m, hemos marcado 5’37″/km en la primera mitad, hay que apretar, bajamos a 5’35″/km y en el km 24 a 5’30″/km. Fernando saluda a sus familiares que le esperan en el bulevar sur. En el km 27 están Inma, Elisa e Isabel, les choco las manos y les anuncio que voy muy bien. Amador se ha descolgado, y Fernando no hace más que decirme si no vamos demasiado deprisa. Yo le respondo que aún tenemos que apretar más cuando pasemos el km 32. Llegamos a los dos túneles, a la entrada adelantamos a Ricardo que nos dice que no va muy bien, la salida de los túneles se hace dura, técnica de brazos para salir volando y olvidarnos de ellos. No veo a Ángel en el km 30. Adelantamos al práctico de 4 horas y al general romano. Pasamos el km 32, el máximo que habíamos rodado hasta ahora, 2h57m, a una media de 5’32″/km, todavía podemos llegar en 3h50m. Hemos ido acelerando poco a poco. Último cambio de ritmo a 5’20″/km, Fernando se queda atrás, pero me acompaña Paco en bicicleta. Me encuentro genial, Paco empieza a hacerme fotos y procuro sonreir en todas, no hay sufrimiento. Kilómetro 35, mantengo el ritmo, sonrisa a cámara.

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Llegamos a la Malvarrosa, me encuentro a Quique, que va padeciendo por su tobillo pero que tiene claro que va a acabar. En el km 37,5 están Jose Luis y Antonia, con Marcelo, Gracián y Mario, rechazo el plátano que me había preparado Antonia (error), voy a un ritmo de 5’15″/km. Y en el km 38….. me encuentro con el hombre del mazo, le digo a Quique que siga por su cuenta y noto como me estrello contra el muro. El combustible se ha agotado, ya no hay carbohidratos, hay que tirar de grasa que se metaboliza más lentamente, tengo que bajar el ritmo, a 6’15″/km, me cabreo, ¿por qué no puedo tirar más? Y sufro. Pasa Paco con la bicicleta, la sonrisa ha desaparecido, mi pulgar lo dice todo.

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Los últimos cuatro kilómetros se hacen interminables. Mucho público, todos animando, «ya queda poco», «eso ya está hecho». Pero la procesión va por dentro.

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En el km 41 están de nuevo Inma, Elisa e Isabel, también están mis padres con mi hermana. Me animan pero me ven sufrir, saben que no voy bien. También está allí Ángel, que me ve sufriendo y se lanza, como si esto fuera la subida al Turmalet, a correr a mi lado, gritándome, «sube el ritmo», «no queda nada». No importa que vaya con zapatos y pantalones vaqueros, Ángel se mete entre las vallas de la rampa de llegada, empujándome para que no pierda el ritmo, corriendo a mi lado, hasta que le obligan a salir, pero él sigue corriendo ahora por detrás de las vallas dándome el aliento que ya no tenía

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Me alcanza Fernando. He perdido más de 5 minutos respecto al tiempo previsto. Enfilamos juntos los últimos metros. La llegada es espectacular pero no la disfruto, no tengo fuerzas.

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Oigo al locutor anunciando los premios del campeonato interno de la Universidad Politécnica. Veo el cronómetro, 3h56m. Al menos, llegaré por debajo de 4 horas. Último esfuerzo por encima del estanque enfrente del Príncipe Felipe. Cruzamos meta. Ni siquiera alzo los brazos. Solo hago que pensar dónde ha estado el error. He rozado las 3h50m, pero se han escapado en los últimos 4 km. Quizá el no haber tomado ningún gel, ni haber comido nada haya sido el error. Me acerco a la carpa de Powerade a que me den el masaje «VIP» que me había ganado, junto con Quique, durante el fin de semana. A la salida me espera Ángel, y en seguida llegan Inma, Elisa, Isabel, mis padres, mi hermana. Inma me abraza «sabía que lo conseguirías».

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Han pasado ya unos días, y he podido valorar mejor el mérito de la hazaña conseguida. Han sido muchos meses entrenando y muchos sacrificios, pero ha valido la pena. Nos vemos el 18 de diciembre.

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